domingo, 16 de noviembre de 2014

Sobre los goblins: Zito

Hubo una vez un pelotón de goblins: criaturas pequeñas, de piel verde, con narices ganchudas, orejas picudas, dedos largos y delgados, rostros por lo general con semblante de perro apaleado y ninguna buena intención. Hubo una vez un pelotón de goblins bajo el mando de un personaje de dudosa reputación llamado Ridrik. Un pelotón de goblins en el que reinaba un aire de desconfianza. A decir verdad, en un pelotón de estos seres siempre reina la desconfianza, pero en aquel sucedía especialmente. Y esto era debido a los rumores sobre dos sectarios entre sus filas: dos pielesverdes adictos a una extraña cerveza compuesta por hongos que les otorgaba una brutalidad admirable en la batalla, a costa de tener el cerebro reblandecido y perder el poco juicio que les quedase. Si es que tenían algún pensamiento juicioso antes de tomarla. Los rumores se intensificaron hasta el punto de convertirse en hechos cuando uno de los chicos, Brodgar, fue asesinado en mitad de la noche. Su cabeza fue aplastada por una bola de metal enorme, y sus restos, tanto sangre como trocitos de carne y cráneo salpicaban buena parte de la chabola en la que dormía. Había sido un mayal de hierro macizo que sólo un goblin drogado con el brebaje de setas tendría la fuerza y los pocos escrúpulos como para poder empuñarlo. El pánico reinaba entre los goblins al preguntarse quién de sus compañeros serían los asesinos y sobre todo cuándo volverían a actuar. Porque la naturaleza mezquina de los goblins hacía que nadie tuviese la menor duda de que volverían a hacerlo. El improvisado campamento de los chicos de Ridrik estaba lleno de chillidos y acusaciones en falso, producto del alboroto que provocaban todos los goblins clamando al cielo. ¿Todos? En realidad, no todos. Algunos hablaban en susurros y mascullaban entre dientes. Unos pocos apenas abrían la boca, y uno en concreto se mantenía en silencio. Uno visiblemente concentrado, y rodeado por un halo de indiferencia digno de elogio. Al menos para el estándar de los goblins.
Zito echó un vistazo a todos los demás goblins que componían el pelotón. Había varios, entre los que se incluía, que no habían pronunciado ni palabra. Motivos tendrían para ello, pero por lo que él sabía, desconocía si bien se trataba de aparentar serenidad en un reino de locos o si simplemente temblaban tanto que temían acabar de cena a los garrapatos si pronunciasen palabra. Porque obviamente, sólo era cuestión de tiempo que al menos un integrante del pelotón acabase siendo comida de garrapatos, "vaya que sí". Y si de Zito dependiera, picaría en trocitos bien pequeños a esos malditos criajos que no paraban de berrear cosas sobre "goblins cagones" y que no le dejaban concentrarse. Liar un cigarrillo de hierbas no es nada fácil, y mucho menos teniendo en mente que de todos aquellos trogloditas, dos eran unos sectarios sedientos de cerveza de setas silocibiaz. "¿Tan fácil resulta ezconder una de esaz bolaz tan grandez que llevan?"
Terminó el canuto mientras la inquietud comenzaba a apoderarse de él: la noche se acercaba y esos cafres volverían a cepillarse a alguien con tal de llamar la atención. Y para colmo se estaba quedando sin hierba. A Zito nunca le había gustado quedarse sin hierba. Suspiró, y se lamentó de no liquidar por la espalda a Ridrik cuando tuvo la oportunidad en el campo de batalla. "Quién se imaginaba que noz iba a meter en semejante embolao".

2 comentarios:

  1. Pobre Zito, que lo metes en follones. ¿Habrá más historias suyas? Suena como prometedor...

    ResponderEliminar
  2. ¡Qué recuerdos me trae esta historia sobre fanáticos goblin y zetaz zombreroloko! Un sobresalinte te doy, sí señor.

    ResponderEliminar