martes, 23 de junio de 2009

Ella

La luna brillaba con palidez en lo alto del cielo.
Gotas de agua comenzaban a desprenderse del encapotado cielo que gobernaba la noche. Aunque al principio se depositaban mediante finas ráfagas de suave lluvia incluso agradables al posarse sobre la piel, cuya trayectoria se encontraba a merced de las ligeras brisas que se levantaban, no pasó mucho tiempo hasta que fue evidente que aquello no había sido más que el anticipo propuesto por la tormenta para anunciar su inminente llegada.
Miró el reloj de la cocina. La medianoche había terminado hacía varios minutos. Bostezó perezosamente, y previendo que tardaría en volver a quedarse dormida, decidió echar tiempo y se dirigió a observar la calle desde la ventana.
Todo estaba sumamente tranquilo allí afuera, pese al diluvio que caía sobre el terreno asfaltado.
Abandonó las vistas que estaba contemplando, emitió un nuevo bostezo muy parecido al anterior y avanzó hacia el interior de la casa hasta llegar al salón, recostándose sobre el mullido sofá con la esperanza de retomar sus dulces sueños cuanto antes, aún sabiendo que aquello iba a ser difícil. Sobre todo porque sabía que sólamente eran eso, dulces sueños, totalmente ajenos a la realidad.
Cerró los ojos y describió una diminuta sonrisa en sus labios, tratando de olvidar todo aquello y volver a caer rendida ante el agotamiento acumulado durante todo el día, pero le resultaba imposible volver a conciliar el sueño. No estaba segura de qué la había despertado, pero sí sabía qué era lo primero que había pensado al volver a la vigilia, de la misma forma que fue lo último al abandonarla.
¿Cuánto tiempo llevaba sin verle? Su cabeza le decía que bastante poco, apenas un puñado de horas, pero su corazón tenía un concepto del tiempo mucho más relativo, en el cuál las horas que pasaba sin él se dividían en eternidades y no en minutos. Y pensar que todo había terminado... ¿Quién había tenido la culpa? Ya no lo recordaba, pero de todas formas le resultaba indiferente. Se lamentó en voz alta, aún con los ojos cerrados. Acto seguido se preguntó por qué no había hecho nada para evitar aquello. Quería llorar, pero por alguna extraña razón no era capaz de soltar ni una sola lágrima, por lo que se quedó allí tumbada, en silencio.
Abrió levemente los ojos, y distinguió a la perfección la foto que descansaba enmarcada sobre la mesa de centro del salón. Allí estaba él, posando para la cámara. Recordó sin ningún tipo de problemas aquel día, en el que junto a unos amigos habían hablado sobre tantos temas diferentes hasta que se les había hecho demasiado tarde para volver a casa a tiempo. Un rayo iluminó fugazmente la habitación, seguido del rugido de un trueno a escasos segundos de distancia. Y cuando el efecto del relámpago se disipó, lo único que a sus ojos continuaba brillando con fuerza era aquella fotografía. Aquello le hizo caer en la cuenta de lo estúpida que era estando allí sentada lamentándose de todo aquello y sin intentar evitar que él desapareciera de su vida.
Lo necesitaba, y no podía permitirse perderlo.
Reaccionó, levantándose del sillón y precipitándose hacia su dormitorio. Se vistió como pudo entre la oscuridad. ¿Dónde estaba la ropa que había llevado puesta ese mismo día? A decir verdad, resultaba un tanto complicado tratar de hacer memoria para encontrar su indumentaria mientras a su vez su conciencia no paraba de meterle prisa para salir de casa cuanto antes. Una vez estuvo lista, en menos tiempo del que hubiese invertido habitualmente y más tiempo del que ella consideraba que hubiera sido apropiado desperdiciar, salió de casa a toda velocidad. Cuando pasó por la puerta para encaminarse a las escaleras que conducían al portal recordó que estaba lloviendo. Dio la vuelta, cambiando el sentido de su carrera a duras penas, para atravesar nuevamente la puerta de entrada, la cual no había tenido tiempo ni de ser cerrada. Rebuscó por armarios y estantes hasta dar con un paraguas que evitase que acabara más empapada de la cuenta, aunque a pesar de ello se preguntó cómo diablos planeaba correr con el paraguas abierto en una mano. Bajó las escaleras del portal de dos en dos hasta llegar a la última puerta que precedía a la brutal tormenta, acomodada en la calle. Abrió la puerta con fuerza y brusquedad, buscando la manera de abrir aquel trasto que llevaba en la mano. Para una vez que le hacía falta, ¿y no era capaz a abrirlo? Tenía que ser una broma pesada...
Se paró en mitad de la lluvia para poder abrirlo. Cuando lo consiguió, manifestando en voz alta su opinión acerca de los fabricantes de aquel utensilio, alzó la vista hacia el frente para continuar con su camino, y se encontró con los ojos de un chico que se hallaba justo enfrente.
Era él.
Durante un instante, se le paró el corazón. De inmediato reaccionó, latiendo más rápido que nunca. Esta vez era real. Tras unos instantes eternos en los que el silencio era dueño y señor de la situación, fue ella la primera en articular palabra.
¿Qué haces aquí? Su voz había sido ronca y raspante, qué horrible. Rogó para que el trueno que se escuchó justo después hubiese sido suficiente para disimular sus palabras.
Yo... Se detuvo un segundo y se aclaró la garganta con elegancia. Se lamentó por no habérsele ocurrido a ella
. Estaba... estaba dando un paseo y me dije... oye, ¿qué tal...? ¿qué tal si le hago una visita?
No podía ser. ¿Había venido sólo a verla a ella? Qué romántico había sonado. Hizo esfuerzos por no lanzar un ahogado suspiro y no estropearlo todo, como de costumbre. Aunque poco faltaba por hacer por su parte para arruinar todo aquello ¿Qué más podía pasar? Se percató entonces que debía decir algo, lo que fuera, con tal de romper el silencio que acompasaba a la perfecta inspiración y expiración de su interlocutor.
¿Un paseo? ¿A las dos de la mañana, y con este tiempo? Estás... estás loco. No se le había ocurrido nada mejor ya que se había quedado sin palabras. No pudo evitar sonreirle, y su sonrisa vino en aumentó cuando vió como él la seguía con el mismo gesto en su rostro.
Seguía lloviendo había vuelto a olvidarlo. Contempló cómo él pasaba una mano entre el empapado cabello, mostrando una total calma y tranquilidad, antes de hablar con aquella voz propia de un ángel.
Sí, pero sólo un poco 
rio, y ella con él.
Se miraron otra vez a los ojos, y ambos dejaron de mantener una distancia de seguridad, que había menguado a cada palabra articulada por ambos.
El paraguas cayó ligeramente contra el suelo, ya en un segundo plano, junto con la lluvia, los rayos, los truenos y el endiablado viento que recorrían aquella madrugada las mal iluminadas avenidas de la ciudad.
Abrazados con todas sus fuerzas, no se supo conocer con exactitud quién de los dos pronunció aquellas palabras, o para ser más precisos, quién de los dos las pronunció primero, antes o después de rozar los labios del otro con los suyos.
"Te quiero."

Él

La luna brillaba con palidez en lo alto del cielo.
Gotas de agua comenzaban a desprenderse del encapotado cielo que gobernaba la noche. Aunque al principio se depositaban mediante finas ráfagas de suave lluvia, incluso agradables al posarse sobre la piel, cuya trayectoria se encontraba a merced de las ligeras brisas que se levantaban, no pasó mucho tiempo hasta que fue evidente que aquello no había sido más que el anticipo propuesto por la tormenta para anunciar su inminente llegada.
Él no le prestaba mucha atención a las nubes, estaba más pendiente del suelo, para cerciorarse de dónde tenía que apoyar el pie para continuar lo más rápidamente posible con su frenética carrera, a través de las mal iluminadas avenidas de la ciudad.
Recordaba vagamente las teorías callejeras que hablaban sobre aquellos diluvios, teorías que dejaban bien claro que la clave para no mojarse era caminar despacio, entre gota y gota... Pero aunque su encriptada mente trataba sin mucho éxito de distraerse, su verdadera preocupación lo abstraía completamente del exterior.
Esa misma preocupación era lo que le había empujado a lanzarse al exterior en plena madrugada y lo que le hacía no vacilar a la hora de seguir corriendo para tratar de refugiarse de la lluvia, que acompasaba sus pasos junto con la caída de los truenos como telón de fondo. Debía de estar en el núcleo de la tormenta, puesto que el sonido estaba tan próximo que parecía que el mismo cielo se estuviese rasgando sobre su cabeza.
¿Cuánto llevaba recorrido? No estaba del todo seguro. Resultaba curioso, pero no se sentía cansado. Su corazón bombeaba sangre con tanta fuerza que parecía salírsele del pecho. No le buscó explicación, y siguió recorriendo la ciudad.
...Porque en el fondo, conocía con tanta claridad la respuesta que en ese instante no podía ver otra cosa. Y es que, ¿por qué debería sentirse agotado cuando corría desesperadamente para alcanzar lo único que en aquel momento hacía que se sintiese vivo? Lo ilógico sería que no fuese de aquella forma.
Debía ser más rápido, tenía que llegar cuanto antes. Aceleró la marcha todavía más mientras se lamentaba por no haber comenzado el recorrido mucho antes. Había varios kilómetros desde su punto de partida hasta su casa.
Ella volvió a apoderarse de los pocos pensamientos que milagrosamente habían escapado a su influjo. La veía con tal nitidez que juraría que la tenía delante, de no ser por el vacío que sentía en el pecho.
No podía terminar así, no de esta forma. Debía impedirlo, tenía que impedirlo.
No era capaz de rememorar el momento en el que las cosas fueron a peor, pero no era capaz de olvidarse del instante donde las cosas parecieron tocar a su fin. El dolor cada vez iba siendo más insoportable, y a su vez, el nerviosismo comenzaba a hacer mella en él, al verse próximo a su destino.
Las dudas siguieron asaltándole. ¿Cómo debía empezar? ¿Qué excusa debía poner? ¿Le escucharía? ¿Y si ella no pensaba igual que él, y si no buscaba una segunda oportunidad? Se sentía estúpido por todo aquello. Había tanto que quería decirle y que no encontraba la manera de dar comienzo...
Debía de haber una baldosa suelta en la acera. Tropezó con ella y perdió el equilibrio, pero con un poco de suerte y con ayuda de sus reflejos, evitó no acabar de bruces contra el suelo. Recuperó el control en medio del desequilibrio y siguió corriendo, aumentando aún más la velocidad. No tenía tiempo para detenerse por chorradas. Las piernas le dolían, las notaba completamente magulladas, pero a pesar de eso seguían acatando sus órdenes como si la fatiga no tuviese que ver con ellas.
Dobló una esquina, y se topó con la calle. En menos de un minuto alcanzó a ver el portal. Ya estaba allí.
En los últimos metros, en los cuales aflojó la marcha ligeramente, el temor volvió a acosar su cabeza. Ya era muy tarde, ¿seguro que debía ir a verla? Seguramente estaría durmiendo, no debería molestarla.
Al fin y al cabo no era el momento. Quizá nunca lo fue.
Se detuvo en seco. Había sido un imbécil, ¿qué diablos estaba haciendo allí? Debía haber reprimido sus impulsos cuando aún podría evitarse el ridículo. Ridículo que sólo él conocería, pero que ya había calado hondo en lo más profundo de su alma...
Escuchó cómo la puerta del portal que se hallaba a su izquierda se abría con brusquedad y se cerraba dando un portazo. Una chica avanzaba a trompicones mientras luchaba contra el paraguas que llevaba en las manos para lograr abrirlo. Y cuando lo consiguió, invirtiendo para ello varios farfullos y un par de maldiciones, sus ojos se encontraron de frente.
Era ella.
Allí, con el paraguas abierto en la mano, justo enfrente. Esta vez era real. Tras unos instantes eternos en los que el silencio era dueño y señor de la situación, fue ella la primera en articular palabra.
¿Qué haces aquí? Su voz era mucho más dulce de lo que él recordaba. El trueno que se escuchó justo después no consiguió ahogar el eco de sus palabras en su mente.
Yo... Se dió cuenta de la presencia de grietas en su garganta, que le impidieron articular palabra. Trató de aclararse la voz con torpeza
. Estaba... estaba dando un paseo y me dije... oye, ¿qué tal...? ¿qué tal si le hago una visita?
Qué estúpido había sonado. Y para colmo no conseguía encadenar dos palabras seguidas. ¿Qué más podía pasar? Se percató entonces que su respiración era entrecortada, aunque no sabía deducir si se debía a la vertiginosa carrera hasta allí o a la presencia de su interlocutora.
¿Un paseo? ¿A las dos de la mañana, y con este tiempo? Estás... estás loco sonrió, y aquello le forzó a sonreir a él también.
Seguía lloviendo, casi lo había olvidado. Se pasó una mano entre el empapado cabello, tratando de mostrar una falsa calma y tranquilidad, y a la vez disimular el creciente temblor que que se estaba apoderando de su cuerpo.
Sí, pero sólo un poco 
rio, y ella con él.
Se miraron otra vez a los ojos, y ambos dejaron de mantener una distancia de seguridad, que había menguado a cada palabra articulada por ambos.
El paraguas cayó ligeramente contra el suelo, ya en un segundo plano, junto con la lluvia, los rayos, los truenos y el endiablado viento que recorrían aquella madrugada las mal iluminadas avenidas de la ciudad.
Abrazados con todas sus fuerzas, no se supo conocer con exactitud quién de los dos pronunció aquellas palabras, o para ser más precisos, quién de los dos las pronunció primero, antes o después de rozar los labios del otro con los suyos.
"Te quiero."

jueves, 18 de junio de 2009

Los grilletes y las alas

El sol apretaba con fuerza, haciendo que sintiese pesada mi camiseta sobre mis hombros. No sabría decir cuánto duró el breve instante que me tomé para despojarme de ella. La deposité en el frondoso suelo, y mi piel comenzó a abrasarse bajo el astro rey. Podía escuchar como crepitaba al entrar en contacto con la luz del mediodía, como si se estuviese cocinando a fuego lento. Adoraba esa sensación.
Las notas que manaban de los auriculares que emergían del bolsillo izquierdo de mis vaqueros hechos jirones inundaban de forma brutal y efectiva mi conciencia, permitiéndome divagar entre las letras y la música de la canción.
Contemplé el árbol que tenía delante de mí, después de permitirme ojear la sombra que proyectaba. No lo demoré más: avancé con decisión hasta él, tomé impulso y trepé con relativa habilidad hasta el centro de su copa. Y sonreí al admitir que aunque aquello fuese mis grilletes, en cierto sentido también era mis alas.

miércoles, 10 de junio de 2009

Paradoja

No dejo de pensar, nunca me canso de decir, que lo peor que le puede pasar a alguien que anda divagando entre fantasías es que llegue un momento en que no sepa distinguir entre la realidad y la ficción.
Y sin embargo... en lo más profundo de mi interior, lo que me sacude y me hace seguir hacia delante, aquello que revuelve mi esencia de tal forma que apenas sé expresar, no es ni más ni menos que la remota posibilidad de alcanzar algún día a cumplir mi sueño.
...Algo tan paradojico solo podia pasarme a mí...

domingo, 7 de junio de 2009

Miedo

Miedo es aquella sensación que aborreces, que no te deja pensar con claridad, y en la que te sientes completamente inútil
Para colmo, miedo es aquella sensación, aquella situación en la que la única salida que ves factible es el hecho de salir huyendo.

sábado, 6 de junio de 2009

Élea

"Dicen que en ocasiones, hay momentos en los que con el tiempo, se acaban olvidando. Que poco a poco, esos recuerdos que nos atemorizan se van sumiendo en el fondo de nuestras memorias hasta que simplemente desaparezcan, y nos convencemos de que aquello que nos aterrorizó, que en su día deseamos no haber vivido jamás, sencillamente nunca llegó a suceder.
Es realmente tentador pensar así, soñar con que en la incertidumbre del futuro hay un lugar mejor, en el que podamos desprendernos de lo que nos atormenta del pasado.
Hay que dejar el pasado atrás.
Pero...
En realidad, cada cierto tiempo, hay que echar una mirada al pasado; sólo para recordar por qué somos como somos."

Moralidad

En muchas ocasiones, muchas más de lo que en un principio parece, lo que separa lo correcto de lo incorrecto no suele ser más que una delgada línea de tiza dibujada en el suelo. Una línea de tiza que en cualquier momento puede borrarse con la pisada de una bota y volver a ser marcada, realizando tantas curvas como su dibujante desee, para corregir qué está prohibido y qué no sobre el lienzo de la sociedad.

viernes, 5 de junio de 2009

Sensación

¿Puedes notarlo? Ese fuego que te recorre hasta las yemas de los dedos, que te deja esa sensación de bienestar, entremezclada con una inquietud... Ese sabor de boca, que te empuja a decir algo, pero desconoces el qué.
Todos esos impulsos de lanzarte a la acción, el temblor de pura impaciencia que somete por completo a tus manos... ¿Puedes notarlo? ¿Puedes notar la angustia de poder saborear, contemplar, tener toda esta felicidad a tu alcance, y dudar de si puedes mostrárselo al mundo?
Puedes notarlo, ¿verdad?
Eso es la inspiración.

jueves, 4 de junio de 2009

Se acerca el invierno

Hay momentos en los que el hielo que cubre mi corazón se despedaza, recordando el dolor de aquel invierno. Hay momentos en los que mis lágrimas, congeladas por la frialdad de la voz que me guía, vuelven a dotarse de agonía y tratan de escapar al exterior. Hay momentos, momentos como este, en los que huyo de forma desesperada, con la única idea de agarrar tu herencia con fuerza, hasta que vuelva a templarme. Pero no hay momentos en los que no piense que tu legado fue lo mejor que pudiste darme.
Unos ojos para contemplar el mundo, y un bastón para apoyarme al recorrerlo.

miércoles, 3 de junio de 2009

Sueño

Sueño con ver algún día amanecer
Sueño con vistas a un crudo futuro
Sueño conmigo haciéndome el duro
Sueño que simplemente, te quiero ver

Sueño que no tengo nada que temer
Sueño con que esta vez, si me apresuro...
Sueño que puedo escalar ese muro
Sueño que me puedas llegar a entender...

Con grises nubes observo el cielo.
¿Y podré hablarte? Sé de sobra que no.
Borré mi sonrisa, me lo temía.

Muestro mi rostro, frío como el hielo.
¿Y podré verte? Sé de sobra que no.
Bah, tampoco era tan bueno este día...

Rogar a la luna

Cabría esperar el momento
hasta llorar de un lamento
o temblar de puro miedo.
Falta que rogue a la luna...

Y es que no puedo soportar.
Si pudiera evitarlo, pues
tan sólo con susurrarte,
endulzarte algún momento...

Quién pudiera hacerlo real.
Usé mi poca osadía
intentando decir algo.

Extraño me siento al contar
ramos y cientos de ilusiones
¡Ojalá no sea un sueño!

Hermanos

¿Qué pretendes con esa espada?
No eres un héroe, ¿aún no lo sabes?
Abre los ojos, no tienes alas;
las perdiste por ella, ¿sabes?

Aún así, no tires la toalla,
no dejes que llore sola,
no permitas que se vaya,
no lo dejes en punto y coma;

Al asunto quítale hierro,
haz algo más que hacerte el muerto
¿Acaso no eres su perro?

¡Prótégela con tu vida!
Es el miedo quien te domina,
quien logra que tiembles de ira.

Aunque sea muy testaruda,
al fin y al cabo tú la quieres
como si tu hermana fuera,
y no dejarás que muera
esa sonrisa tan suya.