viernes, 13 de agosto de 2010

El faro

"Un hombre está sentado en la planta baja de su casa viendo las noticias por televisión, y se entera de que han naufragado dos barcos en el puerto. Apaga la televisión, sube al piso de arriba, enciende la luz, y acto seguido, se suicida. ¿Qué ha sucedido?"
El hombre, de unos setenta años, daba una ligera calada al cigarrillo que sostenía entre sus dedos mientras miraba con curiosidad a su interlocutor, un joven con la veintena de edad recién cumplida. El acertijo que le había propuesto no es que fuese muy complejo, pero lo había escogido porque era de sus favoritos. Por alguna extraña razón le gustaba, sentía una especie de cariño hacia él, lo consideraba una historia... ¿conmovedora? Tal vez no fuese esa la palabra. Expulsó el humo del interior de sus pulmones a medida que depositaba con tranquilidad el cigarro en un cenicero de cristal, que reposaba sobre la mesa en la que se encontraban sentados cara a cara.
Pudo ver cómo en la frente de su joven acompañante se marcaban un par de arrugas mientras se escurría los sesos, tratando de dar con la respuesta correcta. Frunció el ceño un par de veces más antes de exponer sus ideas.
Tal vez algún familiar suyo iba en el barco, alguien de la tripulación.
¿Y cómo explicas lo de la luz?
le inquirió el anciano, con una pícara sonrisa dibujada en su rostro. Estaba disfrutando mucho con todo aquello. El joven le dio un breve sorbo a la cerveza que estaba degustando, antes de dejarla nuevamente sobre la mesa y retomar sus divagaciones acerca del enigma que su compañero le planteaba.
Dices que la dejó encendida, ¿no?
El viejo asintió, dándole otra calada al cigarrillo y devolviéndolo al borde del cenicero.
Tal vez se trataba de un tipo de protesta, relacionada con el accidente 
—expuso.
Te estás acercando le animó.
Vale, la clave está en que encendió la luz antes de suicidarse. Pero la televisión la apagó... ¿Qué coño puede significar eso? se preguntó a sí mismo mientras se rascaba la perilla. Le gustaba mucho que su abuelo le plantease acertijos y adivinanzas en noches como esa, desde las que se podía observar cómo las olas del mar rompían contra la playa, con tan solo dirigir la vista hacia los cristales de la ventana de la salita donde ellos se encontraban, dispuestos a pasarse hablando incluso durante horas, hasta que el sueño pudiese con alguno de los dos. Sin embargo, lo que a él le interesaba de verdad no eran los acertijos en sí, eran las reflexiones que hacía su abuelo sobre las propias preguntas que le planteaba, ya que muchas veces él no era capaz de dar con una respuesta que satisfaciese a ambos. Al cabo de unos minutos, chasqueó la lengua, y tras darle un nuevo trago a la botella de cerveza, anunció su rendición:
Tú ganas. ¿Qué ha sucedido?
Con el cigarro sostenido en su boca únicamente por sus labios, su sonrisa se hizo un poco más grande, antes de resolver el enigma.
El faro.
dijo sin más, como si aquellas dos palabras no necesitasen mayor explicación. Quizás fuese así, pero no resultó ser de gran ayuda para su nieto, que arqueó las cejas de forma exagerada.
¿El faro? repitió. Todo aquello le sonaba a chino. ¿Qué tenía que ver un faro con un hombre que se suicida dejando una luz encen...? La expresión de su rostro cambió por completo, cayendo en la cuenta de que, efectivamente, aquellas dos palabras no necesitaban más explicación para dar con la respuesta al acertijo. Su abuelo, al verlo, no pudo evitar soltar una amplia carcajada, que inundó todos y cada uno de los recovecos de la habitación.
Deberías ver la cara que has puesto. Todo un poema. le dijo al recuperar la compostura.
Entonces, el tipo vivía en el faro del puerto, ¿no? Su nieto simuló ignorar el comentario acerca de su reacción y trató de centrarse en la solución del enigma, queriendo quitarle hierro al asunto, aunque el leve sonrojo de sus mejillas lo delataba.
Eso es. Los barcos naufragaron contra el puerto porque la luz del faro no estaba dada. Al darse cuenta de que habían muerto por su culpa, el hombre se suicidó, no sin antes dejar el faro encendido para que no volviera a repetirse otra tragedia. 
explicó todo el razonamiento sin titubeos y transmitiendo mucha calma con su voz. A su nieto le daba la impresión de que contada por su abuelo, la solución del acertijo era sencilla, incluso evidente, pese a ser consciente de que jamás hubiese conseguido dar con ella. Y principalmente por ese motivo era por el que se sentía un poco imbécil en aquel momento.
Y por curiosidad... Si tú hubieses sido el encargado de ese faro, ¿te hubieses suicidado sabiendo que por tu culpa han muerto decenas de personas?
El joven se atragantó con la cerveza. Su abuelo le había soltado aquella perla como quien pregunta acerca del día que ha tenido o sobre cómo van las cosas por casa. Ya debería estar acostumbrado, pero de vez en cuando se las ingeniaba para cogerlo con la guardia baja. Posó la cerveza sobre la mesa y se mantuvo en silencio un segundo. Después, esbozó una sonrisa cargada con sorna, y mirando a los ojos azules de su abuelo, le contestó con otra pregunta:
¿Y qué hubieses hecho tú?
Su abuelo repitió con los labios el mismo gesto que su nieto. Se había escabullido de aquella pregunta con cierta astucia, aunque ambos sabían que eso no quería decir nada, ya que a poco que presionase, su nieto acabaría comiéndose la cabeza para tratar de dar una respuesta. No lo hizo, ya que no quería presionarlo, así que tras terminar el cigarro y apagarlo contra el fondo del cenicero, expuso su opinión.
Bueno, es un tema un tanto escamoso, ¿no crees? Posiblemente sea un trauma que tengas para el resto de tu vida, y quizá muchos piensan que se sufre más manteniéndose con vida y recordándolo cada día que poniéndole fin. Y de hecho, yo también lo creo. Pero... No creo que me quitase la vida. Si me mantengo vivo, seguiría en el faro, y sería un error que no volvería a cometer. Todos esos fantasmas no te dejarán volver a cometer ese error, te das cuenta de eso, ¿no? Además, si no estuviese, quizá al próximo que le tocase ocupar mi lugar se viese al cabo del tiempo en la misma situación, si por desgracia cometiera el mismo error. Y créeme, saber que una persona ha muerto por culpa de algo que tú hiciste, y que pudiste haber evitado, es un sufrimiento que no le deseo a nadie, absolutamente a nadie.
Su abuelo lo había vuelto a hacer. Eran esos momentos los que tanto le entusiasmaban, aquellos momentos en los que podía asomarse, aunque sólo fuese un poco, al interior de la mente de su interlocutor, mostrando una pizca de la visión del mundo que había adquirido con los años. Eso hacía que se preguntara si alguna vez él llegaría a tener una visión de la vida como su abuelo.
Bueno... ¿pasamos a otro? inquirió su acompañante, con voz ronca.
Ehm, sí, claro.
Está bien. 
Sonrió de nuevo, estirando las arrugas que poblaban su rostro, y se aclaró la voz antes de continuar—:"Una familia, formada por los dos padres, una hija y un hijo. Un día..."