miércoles, 25 de marzo de 2015

Operación Fantasma

Venga, estate quieto masculló entre dientes mientras apuntaba a la cabeza de su víctima con un fusil francotirador C-10.
Evidentemente, desde aquella distancia él no podía escucharla, pero aún así le producía cierta satisfacción el pronunciar la frase en voz alta. Era una vieja costumbre con la que había aprendido a convivir.
Realizó de nuevo un reconocimiento rutinario de la zona. Todo parecía tranquilo y despejado, tal y como estaba previsto. De pronto advirtió un movimiento a su izquierda, por el rabillo del ojo, que la distrajo. Comprobó que se trataba de un gato blanco con manchas negras en cola, cabeza y orejas. Un gato normal y corriente. Por su aspecto sucio y mal cuidado, dedujo que el animal era callejero. Un gato callejero que no dejaba de mirarla fijamente a los ojos. Le devolvió la mirada, a sabiendas de que en realidad el felino estaba viendo a través de ella. Su traje corporal se encargaba de ello: la capa más externa de fibras contenía células sintéticas que reflejaban la luz para volverla invisible, una característica más que útil para desempeñar su trabajo. Pero, aunque técnicamente aquel gato no pudiera verla, sus ojos se clavaban en los suyos con una precisión milimétrica. Volvió a concentrarse en su objetivo, con la certeza de que el maldito felino tenía la vista clavada en ella. ¿Será cierto eso que dicen de que ven varios planos? No le extrañaría en absoluto que aquellos animales contasen con habilidades psiónicas de algún tipo. Procuró no darle importancia: Pudiese verla o no, estaba claro que no iba a suponer un impedimento para llevar a cabo su misión.
Observó una vez más al tipo al que debía liquidar. Parecía más joven de lo que era en realidad. Eran prácticamente de la misma edad, y por un momento se preguntó si se habrían conocido en algún momento. Intentó no pensar más en ello: a fin de cuentas se había ganado su borrado de memoria por algo. Las preguntas sobre su pasado no habían desaparecido de su cabeza tras tomar aquella recompensa, el último paso para graduarse en la academia de operaciones encubiertas, pero al menos así todo era mucho más sencillo. Como efecto secundario tenía que lidiar con perder buena parte de sus capacidades de memoria a largo plazo pero, ¿a quién podría importarle? Con su profesión eso significaba que ningún tipo de alma errante interrumpiría jamás sus noches de sueño y descanso.
Amplió la imagen a través de su máscara de visión telescópica y corroboró una vez más la información proporcionada: Varón, veinticuatro años. Metro sesenta y cinco de altura. Complexión delgada. Cabello castaño oscuro, largo. Rostro afilado, nariz torcida. Ojos azules.
Objetivo fijado.
Parecía una persona normal. ¿Por qué querría el Gobierno eliminar a alguien así? Aunque había algo extraño en esos ojos, algo que la inquietaban. Como si pudiesen ver más allá de lo que tenía delante, como si supiesen lo que estaba a punto de suceder. Aquella sensación le incomodaba, y si había algo que no soportaba era estar nerviosa.
Apretó el gatillo. El sonido del disparo quedó amortiguado por el silenciador que incorporaba el arma, todo se redujo a poco más que un zumbido. Y a más de un kilómetro y medio de aquella azotea, el cuerpo sin vida de su víctima se desplomaba en el acto. Mantuvo la mira del arma sobre el cadáver un par de segundos más. Acto seguido, relajó los músculos, desactivó la invisibilidad de su traje y se quitó la máscara de visión telescópica. Miró de nuevo a los ojos del gato, que no se había movido en ningún momento. El animal se limitó a maullar. Ella le sonrió con cierta dulzura.
Objetivo abatido.