viernes, 26 de diciembre de 2014

Los ladrones de regalos

En un pueblo en las proximidades de un profundo y antiguo bosque, el duro invierno amenazaba con llegar cargado de viento, frío, y en los últimos días, hielo. Pero aquella noche auguraba ser más cálida que las demás, ya que era, ni más ni menos, la noche del Solsticio de Invierno. La hojarasca rojiza y amarillenta del otoño daba paso a la escarcha y a las densas nieblas en los valles, y a la nieve cuajada en las cumbres más altas. Pese al duro tiempo eran buenas fechas: las familias se reunían en torno al crepitar del fuego, los viejos amigos se reencontraron tras un año de aventuras en solitario y entre todos conseguían que aquella noche, última del otoño y primera del invierno, fuese algo más agradable y acogedora. Existía una arraigada tradición que consistía en ofrecer un regalo a una persona importante. Ese obsequio simbolizaba o bien un buen recuerdo de un verano pasado o el deseo de una época provechosa hasta el siguiente invierno.
No siempre fue así. Hubo un tiempo en el que estas fechas se tornaban de un sabor más amargo. Cuentan que hace mucho, en ese mismo pueblo, muchos objetos de valor desaparecían durante el Solsticio. Los habitantes no tardaron en decretar la aparición de ladrones y se decidió hacer inventario de los bienes de cada vecino. El resultado suscitó muchas preguntas, pues los objetos sustraídos aparecieron uno a uno en las casas de los propietarios afectados, pero de forma incorrecta. Habían sido intercambiado a pares: una cuchara de madera a cambio de una cubertería de plata, una caja de manzanas pequeñas y resecas por dos sacos de patatas de la temporada, un hacha vieja y desafilada por una recién forjada... Los cambios siempre favorecían al vecino que peor lo tenía para afrontar el invierno, y el misterio de los "ladrones de regalos" quedó resuelto cuando se descubrió a una chispa de luz surcar la plaza del pueblo arrastrando consigo un cesto cargado a rebosar de nueces. Era, ni más ni menos, una fimia. Al poco se encontraron más, y todas ellas enfrascadas en la misma tarea de intercambiar varios de los objetos de la gente mejor situada con la que peor le habían salido las cosas.
Se dice que las fimias son pura energía: fragmentos de magia que toman un aspecto sólido y se dedican a deambular por la tierra. Pequeñas y luminosas como velas en la oscuridad, las fimias son más activas durante los solsticios y equinocios, y muchas veces tienden a hacer realidad los sentimientos más arraigados y olvidados de la gente. Con el tiempo, las fimias y sus primas aún más extrañas, las alta fimias, terminaron por desaparecer de aquel pueblo, pero sus habitantes continuaron honrándolas con aquella tradición en forma de regalos. Y es a día de hoy, que prácticamente nadie recuerda el motivo por el cuál existe esa tradición en el pueblo. Ni siquiera los ancianos más longevos consiguen recordarlo. Ni siquiera ninguna de esas fimias que lo hicieron posible han perdurado en la memoria de la gente.
Excepto una. Una alta fimia realmente especial. Una que, a diferencia del resto, poseía un nombre. Y ella es la protagonista de esta historia...

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Sobre los goblins: El juicio

Zito descubrió un último detalle de su pelotón que podría hacerle salvar el pellejo: todos los goblins eran unos bocazas, pero aquellos que son adictos a la cerveza confeccionada a base de setas silozibiaz lo son aún más.
Había decidido "ajuztar cuentaz" con Grizzly, y dejar al otro liante para después. A fin de cuentas, había sido un goblin que desde varios días llevaba liándole la cabeza sobre posibles individuos "sozpechosoz de llevar una de esaz bolaz de metal que tienen tan mala fama". Y todo para que al final predicase tras las acusaciones de Gnuba que Zito era uno de esos sectarios del diablo. Así que aunque sólo fuera por sacarle un ojo, Zito quería descargar la ira que le producía su mono de nicotina y otras sustancias más peculiares frecuentes en su hierba, y que experimentaba cuando se encontraba en situaciones en las que se veía obligado a racionar sus provisiones, como aquella. Y cuando se plantó frente a él para argumentar su inocencia, el tipo dejó a Zito con el rostro desencajado al revelarle con la mayor complicidad del mundo que el verdadero sectario era él. De haber visto su propia cara cuando Grizzly se lo reveló entre risas desenfrenadas, y peor aún, que su cómplice era el dichoso Mudito, Zito se hubiese reído de sí mismo y se hubiese llamado tonto a dolor, pues su rostro no tenía desperdicio. Aunque claro, no se vio la cara, y curiosamente no le hizo tanta gracia. "Zerá payazo" se dijo, al tiempo que le arreaba un leñazo en toda la cara. Daba igual, Grizzly seguía ríendose. Así que con la misma Zito se fue de allí, se lió un cigarrillo con calma, gastó una de sus ya escasas cerillas en prenderle fuego y aspiró el humo con relativa tranquilidad. Después, se acercó a Gnuba, el señor "tengo-un-palo-en-el-culo", y a punta de daga le comentó un par de "detallez sin importancia", manteniendo siempre un tono amable:
"Loz yonkiz psico-pataz son Grizzly y Mugrik el Peztozo, y tengo una declaración que lo demueztra. Ya puedez ir cambiando de opinión sobre saltarme loz dientez en el juicio que estoz mamonez van a montar un feztín con mi hierba. ¡Y no lo pienzo permitir!"
Al principio Gnuba no se mostró muy colaborador con Zito, y le mostró su negativa ante la idea de aliarse contra los otros dos goblins que restaban del campamento, ya que estaba seguro de que Zito mentía acerca de su inocencia. Utilizó argumentos impropios de alguien con una daga tan próxima del cuello, tales como "sucio baztardo", "deja ya de joderme" o "voy a hacer de tu trizte vida un infierno". Tras unos minutos llenos de amenazas y algún que otro corte y cardenal hacia ambas partes, Gnuba acabó cediendo y aceptando que tal vez Zito estuviese en lo cierto. Si no, qué sentido tenía que no le hubiese abierto la cabeza con un mayal de hierro y que siempre estuviese fumando esa mierda que no tenía nada que ver con las setas silozibiaz? Mantener esos dos vicios tan caros a la vez, tanto para el bolsillo como para la salud de un goblin, hubiese sido imposible.

Se presentaron a la hora indicada, reunidos con los otros dos goblins: Mugrik mantenía una mirada ausente, como si aquella historia no fuese con él. Grizzly no paraba de reírse: al principio una risa floja y por lo bajo, a modo de telón de fondo. Como si todo aquello fuese un chiste que sólo él entendiese. Gnuba mostraba un semblante serio e imperturbable, impropio de un pielverde. Y el pobre Zito trataba de parecer indiferente, pero el ceño fruncido, los sudores y la colilla ya apagada que asomaba de sus labios lo delataban.
Al final, Grizzly fue el primero que habló, casi sin dejar de reírse:
Ahora que eztamoz todoz aquí reunidoz, hemoz de valorar el caztigo que le imponemoz a Zito, por el asesinato de suz compañeroz de pelotón y por tenencia ilícita de setaz silozibiaz. Y el caztigo ez la horca. Mugrik, procede.
Por primera vez para Zito, Mugrik centró su vista y lo miró a los ojos fijamente, mientras avanzaba decidido para apresarlo. Zito no lo dudó un segundo y le arreó un revés con su mano izquierda en cuanto estuvo a tiro. Mugrik se paró en seco y se llevó una mano al moflete mientras lo miraba con un semblante cargado de sorpresa y duda. Sus ojos estaban hinchados, ligeramente enrojecidos y con un brillo lacrimógeno extraño. A Zito eso le inquietó, y sin quitarle un ojo de encima al Mudito, se dirigió a Grizzly:
-Para el carro canijo, todo ezto ez una jodida farsa, y amboz sabemoz quiénez son loz verdaderoz culpablez. Reconoce ante Gnuba que erez un sectario y da la cara por una vez.
Pero antes de que Grizzly pudiera hablar, Mugrik se le adelantó y respondió por él. Todos lo miraron con asombro, hasta el propio Grizzly, ya que era la primera vez que articulaba una palabra:
¡Ha zido él, Sniggi tiene la culpa. Él ez el sectario, nadie lo ha visto dezde anoche!
¡Porque eztá muerto, paleto! Por loz diosez, tienez el cerebro totalmente agujereado por dentro mascuyó Gnuba. Zito asintió levemente: El Mudito había hablado, pero para las chorradas que contaba más le hubiese valido tener la boca cerrada. Aquel síntoma de desorientación dejaba muy claro a qué sustancia era adicto, pero se acababa el tiempo y Zito sabía que su pellejo seguía peligrando. "Necezito otro cigarro..." Hizo florituras con su daga en una mano mientras una gota de sudor frío le cruzaba la sien.
Mugrik, turbado, empezó a balbucear y salió huyendo de allí. Nadie corrió tras él. Gnuba rompió la risa de Grizzly, que cada vez era más alta.
Tratazte de engañarnoz para que nos liquidásemoz entre nosotroz. No era una pregunta.
¿Qué oz hace pensar que yo sea un sectario, panolis?
¡Pero si noz lo haz dicho tú, eztúpido! —le cortó Zito, mientras lo apuntaba con su daga. Un ruido inesperado los interrumpió: un sonido de algo pesado arrastrándose sobre el suelo. Volvieron la vista para ver a Mugrik, que había vuelto cargando un enorme mayal de hierro. Su cuerpo temblaba pero sujetaba el arma con firmeza, como si no le costase mucho esfuerzo. Zito retiró la colilla de sus labios con la mano izquierda mientras no apartaba la mirada de los dos goblins. Por un momento, el rostro de Grizzly se ensombreció y dejó de reír. Al menos con menos fuelle.
¿La nuez la prefierez arriba o abajo? susurró Zito mientras dibujaba una línea con el dedo sobre su cuello. Gnuba hizo crujir sus nudillos. Ambos se acercaron a los dos sectarios.

Minutos más tarde, Zito estaba tumbado en el campamento, con un cigarrillo recién prendido en los labios y con una sonrisa de satisfacción. A su lado, Gnuba, resoplando con cierta fuerza. Y dos sectarios tirados en el suelo, uno lleno de cortes y moratones y el otro con un enorme mayal sobre las costillas. Al parecer, Mugrik había errado el tiro cuando se inició la trifulca.
Zito se incorporó, inspiró una profunda calada al cigarrillo y murmuró: "Me encanta que loz planez salgan bien". Y en ese momento, sintió como todo el peso de una garra de piel verde le arreaba la colleja de su vida. Zito tragó un poco de humo y tosió estruendosamente, por poco no se va al suelo. Se dio la vuelta, con actitud desafiante. Acababa de desenmascarar y dar caza a dos sectarios, ¿quién era el payaso que osaba plantarle cara ahora? Entonces lo vio, y toda su arrogancia se disipó, dejando un poso de amarga resignación. "Bien podíaz haber muerto tú también, ya que eztábamoz".
Aquella mole repasó el campamento con sus ojos: Primero en todos los destrozos, después en los cadáveres, y por último, los clavó en los del goblin con un cigarro en la boca. La mirada de Ridrik, el jefe del pelotón, parecía imperturbable. Zito apenas le llegaba por la cintura.
¿Dónde eztá el rezto de mi pelotón, Zito?
"Eztoy jodido", pensó Zito. Aquella era una pregunta difícil de responder.


Y aquí terminan las andanzas de Zito en el pelotón de Ridrik. No es la única que protagonizó este insólito goblin, pues muchos han oído su nombre y muchos cuentan multitud de hazañas y calamidades relacionadas con él. Pero todo eso ya es otra historia.

martes, 2 de diciembre de 2014

Sobre los goblins: Pesquisas

"A ese tal Gnuba parece que le han metido un palo por el culo..." Zito contemplaba pensativo, acomodado en su choza, como ese dichoso goblin llevaba desde el amanecer dando saltos de emoción por declarar en el juicio del demonio quién puñetas eran en realidad aquellos sectarios que los acosaban. Dio una amplia calada al canuto que tenía entre sus temblorosos dedos mientras se daba cuenta de que sólo era cuestión de tiempo que un "jurado popular" decretase que tenía que seguir a Grizhmak al hoyo. Desde que vio que era algo casi inminente, paradójicamente dejó de estar nervioso: haría falta un milagro para salvar el pellejo, pero lo que tenía claro es que la jugada de esos dos paletos les iba a salir cara. El tal Grizzly también había lanzado acusaciones indebidas hacia su persona, cosa que sospechaba que pasaría desde el primer día, cuando se acercó tan amablemente a maldecir injurias sobre el desdichado Grizhmak, las cuales Zito no había prestado mucha atención hasta que perdió su caja de cerillas. Caja de cerillas, que, por otra parte, encontró cerca de su rincón de los trastos tras volver de presenciar el "infortunio" de Grizhmak...
Pero ahora tenía que centrarse. Zito comenzó a echar cuentas sobre la situación: cuatro goblins, de los cuales dos eran unos psicópatas sectarios, un tercero el encargado de administrar casi todas las sustancias alucinógenas del pelotón y el último, un pobre desdichado de la vida que no era más que lo aparentaba ser: un pringao. Y sólo había una cosa clara: que él era el pringao.
Echó un vistazo al resto de sus compañeros: todos unas víboras, seguro. Eso no difería en absoluto a un pelotón goblin normal y corriente, pero una cosa era decirlo y otra vivirlo, claro. Y Zito tenía claro que o pensaba algo rápido o dejaría de vivirlo en unas pocas horas... Otra calada más al cigarrillo. Un goblin callado que apenas había dicho palabra en todo este tiempo, dos goblins bocazas que lo acusaban de sectario, y él, cuya mayor destreza era estar preparado para lanzar la daga que llevaba en su trigésimo quinto bolsillo contando desde la pantorrilla derecha. Pero esa daga ya tenía dueño, y su destino se debatía entre la rabadilla y el entrecejo de Ridrik. Cuando saliese de allí se iba a cagar el payaso ese...
"¡Céntrate!", se dijo. Zito se sacó un moco de su puntiaguda nariz y continuó con sus divagaciones mientras iba redondeando la materia prima poco a poco. Que esos dos tarugos hubiesen acusado al mismo goblinoide y sin dar mayores explicaciones decía bastante de ellos. Tenían que ser ellos los sectarios, claro está. Zito lanzó un aro de humo bastante amplio, por el que lanzó el moco con un hábil gesto de coordinación entre sus dedos índice y pulgar. ¿Y si se equivocaba? No tenía mucho que perder, salvo el pellejo, claro. Pero a partir de ahí no tenía mucho que perder... El Mudito tenía que estar limpio, ya que de ser uno de los sectarios... Si se diese esa explicación sólo había una deducción posible: vaya dos sectarios más imbéciles. Aunque cuando las silozibiaz están de por medio, nunca se sabe.
Zito tiró la chusta del cigarro a una esquina, se levantó y se sacó la daga de su trigésimo quinto bolsillo, contando siempre desde la pernera derecha. "Tendré que lavarla para Ridrik" se dijo, mientras iba encaminado a trinchar dos pavos: Grizzly y Gnuba. Y recordándose por última vez, que de haber errado en su deducción sobre el Mudito, ambos estarían criando malvas.