domingo, 11 de octubre de 2009

Llamada sin respuesta. ¿Reintentar?

Cuando la llave del piso se introdujo en la cerradura, produjo un sonido similar al de una vieja sierra surcando un tronco, en el momento previo a ser cortado en dos pedazos de leña. Giré la llave hacia la izquierda, y empujé la puerta apoyándome en el pomo, como de costumbre. Me descalcé nada más cruzar el marco de madera y tocar el suelo, y me encaminé hacia la cocina mientras depositaba a ciegas el manojo de llaves sobre la mesa del comedor. Entré y abrí el grifo. El chorro de agua fría me empapó parcialmente la mano izquierda, a medida que se llenaba el vaso de cristal que sostenía. En dos tragos volvió a estar vacío, y lo coloqué boca abajo sobre el fregadero. Bostecé y miré la hora: las ocho; aún me sobraba tiempo hasta la cena, por lo que decidí realizar algunas de las tareas rutinarias que uno siempre tiene pendientes por casa: comprobar qué ropa estaba limpia y cuál no, doblar aquella que estuviese arrugada en una esquina, revisar el correo, reordenar los apuntes tirados de mala manera sobre el escritorio... cualquier cosa que me mantuviese ocupado y no me dejase mirar hacia el teléfono móvil.
Pero tras diez minutos, todo estaba en perfecto orden, y yo me encontraba apoyado en una silla del recogido salón, en silencio, observando el dichoso teléfono. Luchando, y estremeciéndome de puro terror. No podía evitarlo, ya no. Había vuelto a cruzar la línea y poco importaban mis súplicas. Tenía la vista fija en el móvil, pero ya no observaba el aparato, en mi mente se dibujaban otros objetos, otros detalles. Un rostro, y cientos de recuerdos que salían a flote desde las profundidades de mi esencia. Me llevé la mano al cuello, lugar donde solía descansar mi colgante. Pero no hallé más que un cuello frío y desnudo. ¿Cómo un trozo de metal podía ser tan necesario para sentirse entero? Pese a carecer de él, cerré mi mano en un puño, como tantas otras veces, sobre el lugar donde aquella pieza descansaba habitualmente.
¿En qué momento el teléfono había parado en mis manos, y cuándo había marcado su número en la memoria del aparato? No lo podría decir a ciencia cierta, pero el caso es que allí estaba, contemplándome. ¿Por qué el teléfono vibraba? Tardé un poco en darme cuenta de que se trataba de mí, que era yo el que estaba temblando. Y no hacía falta preguntar por qué. Escuché los latidos de mi corazón con tal intensidad que parecía que alguien estuviese golpeando rítmicamente un tambor cerca de mis tímpanos. Entonces pulsé el botón de llamada, y mis latidos se acompasaron a los tonos del teléfono. Uno, dos... cerca del quinto supe que no iba a descolgarlo y tras el décimo mis sospechas se confirmaron. Aparté el móvil de mi oído y me quedé observando la pantalla, leyendo el mensaje que había allí escrito. "Llamada sin respuesta. ¿Reintentar?" Lancé el teléfono contra el sofá, y alcé los ojos hasta toparme con el techo de la estancia.
Tras cinco minutos de trance, me levanté, me calcé, cogí las llaves y me fui, no sin cerrar la puerta de casa. El piso quedó prácticamente igual que antes de que hubiese entrado un tiempo atrás, tan sólo un imperceptible sentimiento de rabia y de dolor que flotaba en el ambiente indicaba que algo había cambiado en aquellos veinte minutos. Eso, y el teléfono móvil, que permanecía tirado en el sofá, totalmente abandonado.
Y si durante ese tiempo en el que yo me lamía mis heridas recién abiertas hubiese llamado, ¿qué habría pasado?
Sinceramente... ¿qué importa?