viernes, 26 de diciembre de 2014

Los ladrones de regalos

En un pueblo en las proximidades de un profundo y antiguo bosque, el duro invierno amenazaba con llegar cargado de viento, frío, y en los últimos días, hielo. Pero aquella noche auguraba ser más cálida que las demás, ya que era, ni más ni menos, la noche del Solsticio de Invierno. La hojarasca rojiza y amarillenta del otoño daba paso a la escarcha y a las densas nieblas en los valles, y a la nieve cuajada en las cumbres más altas. Pese al duro tiempo eran buenas fechas: las familias se reunían en torno al crepitar del fuego, los viejos amigos se reencontraron tras un año de aventuras en solitario y entre todos conseguían que aquella noche, última del otoño y primera del invierno, fuese algo más agradable y acogedora. Existía una arraigada tradición que consistía en ofrecer un regalo a una persona importante. Ese obsequio simbolizaba o bien un buen recuerdo de un verano pasado o el deseo de una época provechosa hasta el siguiente invierno.
No siempre fue así. Hubo un tiempo en el que estas fechas se tornaban de un sabor más amargo. Cuentan que hace mucho, en ese mismo pueblo, muchos objetos de valor desaparecían durante el Solsticio. Los habitantes no tardaron en decretar la aparición de ladrones y se decidió hacer inventario de los bienes de cada vecino. El resultado suscitó muchas preguntas, pues los objetos sustraídos aparecieron uno a uno en las casas de los propietarios afectados, pero de forma incorrecta. Habían sido intercambiado a pares: una cuchara de madera a cambio de una cubertería de plata, una caja de manzanas pequeñas y resecas por dos sacos de patatas de la temporada, un hacha vieja y desafilada por una recién forjada... Los cambios siempre favorecían al vecino que peor lo tenía para afrontar el invierno, y el misterio de los "ladrones de regalos" quedó resuelto cuando se descubrió a una chispa de luz surcar la plaza del pueblo arrastrando consigo un cesto cargado a rebosar de nueces. Era, ni más ni menos, una fimia. Al poco se encontraron más, y todas ellas enfrascadas en la misma tarea de intercambiar varios de los objetos de la gente mejor situada con la que peor le habían salido las cosas.
Se dice que las fimias son pura energía: fragmentos de magia que toman un aspecto sólido y se dedican a deambular por la tierra. Pequeñas y luminosas como velas en la oscuridad, las fimias son más activas durante los solsticios y equinocios, y muchas veces tienden a hacer realidad los sentimientos más arraigados y olvidados de la gente. Con el tiempo, las fimias y sus primas aún más extrañas, las alta fimias, terminaron por desaparecer de aquel pueblo, pero sus habitantes continuaron honrándolas con aquella tradición en forma de regalos. Y es a día de hoy, que prácticamente nadie recuerda el motivo por el cuál existe esa tradición en el pueblo. Ni siquiera los ancianos más longevos consiguen recordarlo. Ni siquiera ninguna de esas fimias que lo hicieron posible han perdurado en la memoria de la gente.
Excepto una. Una alta fimia realmente especial. Una que, a diferencia del resto, poseía un nombre. Y ella es la protagonista de esta historia...

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Sobre los goblins: El juicio

Zito descubrió un último detalle de su pelotón que podría hacerle salvar el pellejo: todos los goblins eran unos bocazas, pero aquellos que son adictos a la cerveza confeccionada a base de setas silozibiaz lo son aún más.
Había decidido "ajuztar cuentaz" con Grizzly, y dejar al otro liante para después. A fin de cuentas, había sido un goblin que desde varios días llevaba liándole la cabeza sobre posibles individuos "sozpechosoz de llevar una de esaz bolaz de metal que tienen tan mala fama". Y todo para que al final predicase tras las acusaciones de Gnuba que Zito era uno de esos sectarios del diablo. Así que aunque sólo fuera por sacarle un ojo, Zito quería descargar la ira que le producía su mono de nicotina y otras sustancias más peculiares frecuentes en su hierba, y que experimentaba cuando se encontraba en situaciones en las que se veía obligado a racionar sus provisiones, como aquella. Y cuando se plantó frente a él para argumentar su inocencia, el tipo dejó a Zito con el rostro desencajado al revelarle con la mayor complicidad del mundo que el verdadero sectario era él. De haber visto su propia cara cuando Grizzly se lo reveló entre risas desenfrenadas, y peor aún, que su cómplice era el dichoso Mudito, Zito se hubiese reído de sí mismo y se hubiese llamado tonto a dolor, pues su rostro no tenía desperdicio. Aunque claro, no se vio la cara, y curiosamente no le hizo tanta gracia. "Zerá payazo" se dijo, al tiempo que le arreaba un leñazo en toda la cara. Daba igual, Grizzly seguía ríendose. Así que con la misma Zito se fue de allí, se lió un cigarrillo con calma, gastó una de sus ya escasas cerillas en prenderle fuego y aspiró el humo con relativa tranquilidad. Después, se acercó a Gnuba, el señor "tengo-un-palo-en-el-culo", y a punta de daga le comentó un par de "detallez sin importancia", manteniendo siempre un tono amable:
"Loz yonkiz psico-pataz son Grizzly y Mugrik el Peztozo, y tengo una declaración que lo demueztra. Ya puedez ir cambiando de opinión sobre saltarme loz dientez en el juicio que estoz mamonez van a montar un feztín con mi hierba. ¡Y no lo pienzo permitir!"
Al principio Gnuba no se mostró muy colaborador con Zito, y le mostró su negativa ante la idea de aliarse contra los otros dos goblins que restaban del campamento, ya que estaba seguro de que Zito mentía acerca de su inocencia. Utilizó argumentos impropios de alguien con una daga tan próxima del cuello, tales como "sucio baztardo", "deja ya de joderme" o "voy a hacer de tu trizte vida un infierno". Tras unos minutos llenos de amenazas y algún que otro corte y cardenal hacia ambas partes, Gnuba acabó cediendo y aceptando que tal vez Zito estuviese en lo cierto. Si no, qué sentido tenía que no le hubiese abierto la cabeza con un mayal de hierro y que siempre estuviese fumando esa mierda que no tenía nada que ver con las setas silozibiaz? Mantener esos dos vicios tan caros a la vez, tanto para el bolsillo como para la salud de un goblin, hubiese sido imposible.

Se presentaron a la hora indicada, reunidos con los otros dos goblins: Mugrik mantenía una mirada ausente, como si aquella historia no fuese con él. Grizzly no paraba de reírse: al principio una risa floja y por lo bajo, a modo de telón de fondo. Como si todo aquello fuese un chiste que sólo él entendiese. Gnuba mostraba un semblante serio e imperturbable, impropio de un pielverde. Y el pobre Zito trataba de parecer indiferente, pero el ceño fruncido, los sudores y la colilla ya apagada que asomaba de sus labios lo delataban.
Al final, Grizzly fue el primero que habló, casi sin dejar de reírse:
Ahora que eztamoz todoz aquí reunidoz, hemoz de valorar el caztigo que le imponemoz a Zito, por el asesinato de suz compañeroz de pelotón y por tenencia ilícita de setaz silozibiaz. Y el caztigo ez la horca. Mugrik, procede.
Por primera vez para Zito, Mugrik centró su vista y lo miró a los ojos fijamente, mientras avanzaba decidido para apresarlo. Zito no lo dudó un segundo y le arreó un revés con su mano izquierda en cuanto estuvo a tiro. Mugrik se paró en seco y se llevó una mano al moflete mientras lo miraba con un semblante cargado de sorpresa y duda. Sus ojos estaban hinchados, ligeramente enrojecidos y con un brillo lacrimógeno extraño. A Zito eso le inquietó, y sin quitarle un ojo de encima al Mudito, se dirigió a Grizzly:
-Para el carro canijo, todo ezto ez una jodida farsa, y amboz sabemoz quiénez son loz verdaderoz culpablez. Reconoce ante Gnuba que erez un sectario y da la cara por una vez.
Pero antes de que Grizzly pudiera hablar, Mugrik se le adelantó y respondió por él. Todos lo miraron con asombro, hasta el propio Grizzly, ya que era la primera vez que articulaba una palabra:
¡Ha zido él, Sniggi tiene la culpa. Él ez el sectario, nadie lo ha visto dezde anoche!
¡Porque eztá muerto, paleto! Por loz diosez, tienez el cerebro totalmente agujereado por dentro mascuyó Gnuba. Zito asintió levemente: El Mudito había hablado, pero para las chorradas que contaba más le hubiese valido tener la boca cerrada. Aquel síntoma de desorientación dejaba muy claro a qué sustancia era adicto, pero se acababa el tiempo y Zito sabía que su pellejo seguía peligrando. "Necezito otro cigarro..." Hizo florituras con su daga en una mano mientras una gota de sudor frío le cruzaba la sien.
Mugrik, turbado, empezó a balbucear y salió huyendo de allí. Nadie corrió tras él. Gnuba rompió la risa de Grizzly, que cada vez era más alta.
Tratazte de engañarnoz para que nos liquidásemoz entre nosotroz. No era una pregunta.
¿Qué oz hace pensar que yo sea un sectario, panolis?
¡Pero si noz lo haz dicho tú, eztúpido! —le cortó Zito, mientras lo apuntaba con su daga. Un ruido inesperado los interrumpió: un sonido de algo pesado arrastrándose sobre el suelo. Volvieron la vista para ver a Mugrik, que había vuelto cargando un enorme mayal de hierro. Su cuerpo temblaba pero sujetaba el arma con firmeza, como si no le costase mucho esfuerzo. Zito retiró la colilla de sus labios con la mano izquierda mientras no apartaba la mirada de los dos goblins. Por un momento, el rostro de Grizzly se ensombreció y dejó de reír. Al menos con menos fuelle.
¿La nuez la prefierez arriba o abajo? susurró Zito mientras dibujaba una línea con el dedo sobre su cuello. Gnuba hizo crujir sus nudillos. Ambos se acercaron a los dos sectarios.

Minutos más tarde, Zito estaba tumbado en el campamento, con un cigarrillo recién prendido en los labios y con una sonrisa de satisfacción. A su lado, Gnuba, resoplando con cierta fuerza. Y dos sectarios tirados en el suelo, uno lleno de cortes y moratones y el otro con un enorme mayal sobre las costillas. Al parecer, Mugrik había errado el tiro cuando se inició la trifulca.
Zito se incorporó, inspiró una profunda calada al cigarrillo y murmuró: "Me encanta que loz planez salgan bien". Y en ese momento, sintió como todo el peso de una garra de piel verde le arreaba la colleja de su vida. Zito tragó un poco de humo y tosió estruendosamente, por poco no se va al suelo. Se dio la vuelta, con actitud desafiante. Acababa de desenmascarar y dar caza a dos sectarios, ¿quién era el payaso que osaba plantarle cara ahora? Entonces lo vio, y toda su arrogancia se disipó, dejando un poso de amarga resignación. "Bien podíaz haber muerto tú también, ya que eztábamoz".
Aquella mole repasó el campamento con sus ojos: Primero en todos los destrozos, después en los cadáveres, y por último, los clavó en los del goblin con un cigarro en la boca. La mirada de Ridrik, el jefe del pelotón, parecía imperturbable. Zito apenas le llegaba por la cintura.
¿Dónde eztá el rezto de mi pelotón, Zito?
"Eztoy jodido", pensó Zito. Aquella era una pregunta difícil de responder.


Y aquí terminan las andanzas de Zito en el pelotón de Ridrik. No es la única que protagonizó este insólito goblin, pues muchos han oído su nombre y muchos cuentan multitud de hazañas y calamidades relacionadas con él. Pero todo eso ya es otra historia.

martes, 2 de diciembre de 2014

Sobre los goblins: Pesquisas

"A ese tal Gnuba parece que le han metido un palo por el culo..." Zito contemplaba pensativo, acomodado en su choza, como ese dichoso goblin llevaba desde el amanecer dando saltos de emoción por declarar en el juicio del demonio quién puñetas eran en realidad aquellos sectarios que los acosaban. Dio una amplia calada al canuto que tenía entre sus temblorosos dedos mientras se daba cuenta de que sólo era cuestión de tiempo que un "jurado popular" decretase que tenía que seguir a Grizhmak al hoyo. Desde que vio que era algo casi inminente, paradójicamente dejó de estar nervioso: haría falta un milagro para salvar el pellejo, pero lo que tenía claro es que la jugada de esos dos paletos les iba a salir cara. El tal Grizzly también había lanzado acusaciones indebidas hacia su persona, cosa que sospechaba que pasaría desde el primer día, cuando se acercó tan amablemente a maldecir injurias sobre el desdichado Grizhmak, las cuales Zito no había prestado mucha atención hasta que perdió su caja de cerillas. Caja de cerillas, que, por otra parte, encontró cerca de su rincón de los trastos tras volver de presenciar el "infortunio" de Grizhmak...
Pero ahora tenía que centrarse. Zito comenzó a echar cuentas sobre la situación: cuatro goblins, de los cuales dos eran unos psicópatas sectarios, un tercero el encargado de administrar casi todas las sustancias alucinógenas del pelotón y el último, un pobre desdichado de la vida que no era más que lo aparentaba ser: un pringao. Y sólo había una cosa clara: que él era el pringao.
Echó un vistazo al resto de sus compañeros: todos unas víboras, seguro. Eso no difería en absoluto a un pelotón goblin normal y corriente, pero una cosa era decirlo y otra vivirlo, claro. Y Zito tenía claro que o pensaba algo rápido o dejaría de vivirlo en unas pocas horas... Otra calada más al cigarrillo. Un goblin callado que apenas había dicho palabra en todo este tiempo, dos goblins bocazas que lo acusaban de sectario, y él, cuya mayor destreza era estar preparado para lanzar la daga que llevaba en su trigésimo quinto bolsillo contando desde la pantorrilla derecha. Pero esa daga ya tenía dueño, y su destino se debatía entre la rabadilla y el entrecejo de Ridrik. Cuando saliese de allí se iba a cagar el payaso ese...
"¡Céntrate!", se dijo. Zito se sacó un moco de su puntiaguda nariz y continuó con sus divagaciones mientras iba redondeando la materia prima poco a poco. Que esos dos tarugos hubiesen acusado al mismo goblinoide y sin dar mayores explicaciones decía bastante de ellos. Tenían que ser ellos los sectarios, claro está. Zito lanzó un aro de humo bastante amplio, por el que lanzó el moco con un hábil gesto de coordinación entre sus dedos índice y pulgar. ¿Y si se equivocaba? No tenía mucho que perder, salvo el pellejo, claro. Pero a partir de ahí no tenía mucho que perder... El Mudito tenía que estar limpio, ya que de ser uno de los sectarios... Si se diese esa explicación sólo había una deducción posible: vaya dos sectarios más imbéciles. Aunque cuando las silozibiaz están de por medio, nunca se sabe.
Zito tiró la chusta del cigarro a una esquina, se levantó y se sacó la daga de su trigésimo quinto bolsillo, contando siempre desde la pernera derecha. "Tendré que lavarla para Ridrik" se dijo, mientras iba encaminado a trinchar dos pavos: Grizzly y Gnuba. Y recordándose por última vez, que de haber errado en su deducción sobre el Mudito, ambos estarían criando malvas.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Sobre los goblins: Escabechina en la letrina

Los gritos llegaron de madrugada. Todos los goblins se dirigieron con gran inquietud hacia el lugar del que provenía aquella agónica llamada: las letrinas del campamento. Las letrinas eran unas instalaciones de aspecto destartalado compuestas por estrechas cabañas de madera y hondas trincheras excavadas en el suelo. El mecanismo era sencillo, el individuo hacía sus deposiciones en el interior de la cabaña y estas discurrían a lo largo de la trinchera hasta un lugar algo más alejado del resto del campamento en el que su acumulación no resultase tan desagradable. Al menos no para ellos. Era un sistema tosco pero efectivo, pese a que siempre había detractores que opinaban que todo aquello era una pérdida de tiempo y de recursos, y por ello había que pisar con cuidado tanto en aquella zona como en sus alrededores.
No tardaron en ver quién había pronunciado los gritos: al acercarse vieron a Sniggi tirado en el suelo boca abajo y con los calzones bajados. Su cabeza estaba prácticamente destrozada. Grizzly, uno de los allí presentes, fue el primero en acercarse al cadáver y examinarlo. Se detuvo unos instantes contemplando los restos ensangrentados a los que había quedado reducido el rostro de Grizzly, y finalmente anunció al resto del grupo:
Ez sin duda una muerte a causa de una sobredosiz de hierro. -pronunció con solemnidad mientras señalaba los restos de la cabeza del cadáver, como si alguno de los presentes no se hubiera hecho a la idea de que aquello había sido obra de un sectario. Todos los goblins que observaban la escena contuvieron el aliento y se mantuvieron en silencio. Salvo por algún gimoteo aislado. Y por algún susurro indescifrable. Y por los gritos histéricos de: "¡vamoz a morir todoz!" que más de uno pronunciaba. Fue en ese momento cuando Gnuba, uno de los goblins del pelotón, observó algo que al resto se le había escapado. Allí, cerca de lo que antes de haber ido al escusado era Sniggi, había medio enterrado en el barro de las letrinas un cigarrillo, doblado y arrugado. Gnuba sólo conocía a un goblin del pelotón que fumase aquella porquería.
Al amanecer, la mayoría de los goblins habían desertado, desoyendo las órdenes de Ridrik de permanecer en el pelotón. Al parecer la posibilidad de ser fusilados por su superior era un destino más halagüeño que la certeza de quedarse en sus puestos y acabar con el peso de un mayal de hierro sobre sus cabezas. En apenas tres días habían muerto ya tres goblins distintos, y estaba claro que ninguno de los supervivientes querían correr su misma suerte. El pelotón se reducía ahora a cuatro miembros: Grizzly, Gnuba, Mugrik, conocido por el resto como "El Peztoso", y Zito, al que hacía horas que nadie veía. El dedo acusador de Gnuba volaba en una única dirección y el resto de los goblins lo seguían. Dieron con Zito en su choza, con unas prominentes ojeras y un rostro impasible. Probablemente no había dormido nada en toda la noche. Un cigarrillo sin encender le colgaba de mala manera de la comisura de los labios. Gnuba se adelantó al resto y desafió a Zito con su mirada:
Sniggi ha muerto, alguien le ha reventado la cabeza mientraz cagaba en laz letrinaz. Había uno de tuz cigarrilloz mágicoz a su lado. Ya puedez rezar lo que sepaz porque sé perfectamente que erez un sectario. ¡Exijo un juicio por ello!
El resto de los allí presentes asintió ante la petición. Grizzly se mostraba excitado ante la idea del juicio, mientras que Mugrik permanecía en silencio y con los ojos muy abiertos. Por su parte, Zito tuvo que hacer grandes esfuerzos para que el cigarro no se le cayese de la boca.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Sobre los goblins: La caja de cerillas

"¡Me la han chorizado!"
Era la única explicación. Tras despertarse de la imprevista siesta de media tarde, la caja de cerillas que Zito guardaba en el sexto bolsillo de su manga izquierda se había esfumado. Aquello era la gota que colmaba el vaso. Aproximadamente el gobo revisó todos y cada uno de sus sesenta y siete bolsillos, diseminados entre sus ropajes, en busca de la maldita caja de cerillas. Sabía que las había dejado en el sexto bolsillo de su manga izquierda, pero prefería pensar que se había equivocado de bolsillo a la hora de guardarlas después del raquítico estofado que les habían servido de almuerzo. Estofado que olía de forma similar a Noob, el diminuto pielverde encargado de las cocinas. Hacía tiempo que no se le veía danzar temerariamente con la olla del cocido entre los fogones...
El caso es que a Zito le habían robado su caja de cerillas. Podía conseguir otra caja, eso por descontado, pero eso no le restaba importancia al hecho de que alguien le había robado. Y robar a un compañero y dejar que se entere es algo prohibido entre los goblins, así lo dicta el código de honor no escrito de los gobos (o al menos eso tenía entendido Zito). ¿Y si se trataba de un sectario? ¿Y si era una treta para sembrar el caos entre el pelotón? Tras meditarlo un breve espacio de tiempo, Zito tomó una decisión.
Mientras, el pelotón de goblins se hallaba al borde de convertirse en un campamento sin ley: Muchos de los allí presentes se increpaban unos a otros sobre qué medidas deberían tomar para asegurarse la supervivencia del grupo, o al menos la mayor parte de él. Todos estaban de acuerdo en eso, al menos mientras nadie especificase a quién le correspondería formar parte de esa mayor parte, o más importante todavía: a quién no. El revoltijo inicial de voces fue moldeándose en una sola que dictaba que había de hacerse justicia: todas las pruebas, fundamentalmente acusaciones verbales, apuntaban hacia un único goblin como el autor del asesinato. Aquel al que todos conocían como Grizhmak, y que en ese momento negaba su implicación tartamudeando entre sollozos agudos y chillones. Y entonces, de entre aquella maraña de gritos y amenazas, una voz se alzó sobre el resto. Una voz cargada de fuerza, que trataba de vislumbrar la verdad entre aquel mar de sombras y que pretendía impartir justicia con verdadera imparcialidad:
"¡Eh tú, carapocha! No habraz sido tú el que me ha birlado miz cerillaz, ¿verdad? ¡Te eztoy hablando a ti, jodido enclenque! ¡Ezcúchame cuando te hablo!"
Y acto seguido, Zito se acercó hacia la multitud abalanzándose contra el pobre Grizhmak Por supuesto, Grizhmak no era consciente de que las amenazas de Zito iban dirigidas hacia él...
Tras una carrera frenética, el desafortunado pielverde conocido como Grizhmak fue alcanzado, juzgado y condenado por el resto de los goblins allí presentes. Ser al mismo tiempo el jurado, juez y verdugo de un juicio popular tenía sus ventajas, tales como que la sentencia se formulase de forma rápida, clara, limpia y con todo el mundo, a excepción del acusado, de acuerdo. Claro que no se puede decir lo mismo de la ejecución de la condena: El goblin acusado de fanático fue apaleado, apalizado y apedreado hasta la extenuación, cayendo en redondo. Más tarde el resto de los goblins participantes descubrieron, algunos incluso con cierta sorpresa en sus maliciosos rostros, que Grizhmak no estaba haciéndose el muerto. Poco más tarde se reanudó el operativo registrando tanto el cuerpo sin vida del goblin como su chabola, en busca de sus pertenencias, y se llegó a la conclusión de que el acusado no era un sectario: no había rastros ni indicios del mayal de hierro ni de ninguna de las setas silozibiaz con las que se llevaba a cabo el brebaje. El miedo y la incertidumbre ocupó las mentes del resto de goblins del campamento, al menos por unos momentos. Por su parte, Zito continuó buscando su caja de cerillas, mientras un tic en uno de sus ojos se hacía cada vez más manifiesto.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Sobre los goblins: Zito

Hubo una vez un pelotón de goblins: criaturas pequeñas, de piel verde, con narices ganchudas, orejas picudas, dedos largos y delgados, rostros por lo general con semblante de perro apaleado y ninguna buena intención. Hubo una vez un pelotón de goblins bajo el mando de un personaje de dudosa reputación llamado Ridrik. Un pelotón de goblins en el que reinaba un aire de desconfianza. A decir verdad, en un pelotón de estos seres siempre reina la desconfianza, pero en aquel sucedía especialmente. Y esto era debido a los rumores sobre dos sectarios entre sus filas: dos pielesverdes adictos a una extraña cerveza compuesta por hongos que les otorgaba una brutalidad admirable en la batalla, a costa de tener el cerebro reblandecido y perder el poco juicio que les quedase. Si es que tenían algún pensamiento juicioso antes de tomarla. Los rumores se intensificaron hasta el punto de convertirse en hechos cuando uno de los chicos, Brodgar, fue asesinado en mitad de la noche. Su cabeza fue aplastada por una bola de metal enorme, y sus restos, tanto sangre como trocitos de carne y cráneo salpicaban buena parte de la chabola en la que dormía. Había sido un mayal de hierro macizo que sólo un goblin drogado con el brebaje de setas tendría la fuerza y los pocos escrúpulos como para poder empuñarlo. El pánico reinaba entre los goblins al preguntarse quién de sus compañeros serían los asesinos y sobre todo cuándo volverían a actuar. Porque la naturaleza mezquina de los goblins hacía que nadie tuviese la menor duda de que volverían a hacerlo. El improvisado campamento de los chicos de Ridrik estaba lleno de chillidos y acusaciones en falso, producto del alboroto que provocaban todos los goblins clamando al cielo. ¿Todos? En realidad, no todos. Algunos hablaban en susurros y mascullaban entre dientes. Unos pocos apenas abrían la boca, y uno en concreto se mantenía en silencio. Uno visiblemente concentrado, y rodeado por un halo de indiferencia digno de elogio. Al menos para el estándar de los goblins.
Zito echó un vistazo a todos los demás goblins que componían el pelotón. Había varios, entre los que se incluía, que no habían pronunciado ni palabra. Motivos tendrían para ello, pero por lo que él sabía, desconocía si bien se trataba de aparentar serenidad en un reino de locos o si simplemente temblaban tanto que temían acabar de cena a los garrapatos si pronunciasen palabra. Porque obviamente, sólo era cuestión de tiempo que al menos un integrante del pelotón acabase siendo comida de garrapatos, "vaya que sí". Y si de Zito dependiera, picaría en trocitos bien pequeños a esos malditos criajos que no paraban de berrear cosas sobre "goblins cagones" y que no le dejaban concentrarse. Liar un cigarrillo de hierbas no es nada fácil, y mucho menos teniendo en mente que de todos aquellos trogloditas, dos eran unos sectarios sedientos de cerveza de setas silocibiaz. "¿Tan fácil resulta ezconder una de esaz bolaz tan grandez que llevan?"
Terminó el canuto mientras la inquietud comenzaba a apoderarse de él: la noche se acercaba y esos cafres volverían a cepillarse a alguien con tal de llamar la atención. Y para colmo se estaba quedando sin hierba. A Zito nunca le había gustado quedarse sin hierba. Suspiró, y se lamentó de no liquidar por la espalda a Ridrik cuando tuvo la oportunidad en el campo de batalla. "Quién se imaginaba que noz iba a meter en semejante embolao".

sábado, 1 de noviembre de 2014

La Noche de los Espíritus

Acercaos, rufianes, y prestad atención. Cuidado con esas botellas si no quieres que te eche de comer a los cerdos. Mucho se ha dicho sobre esta noche dentro de esta taberna, y para mi desgracia he tenido que tragarme toda esa bazofia sin miramientos. Todo lo que se ha contado es una mentira asquerosa, ojalá se os caiga la lengua a todos para no tener que repetirlas.
Pero yo os contaré la verdad. Cada año, en una noche como hoy, en las que la luna desaparece del cielo, los muertos vuelven a caminar entre nosotros. La Noche de los Espíritus. No es motivo de gracia, bellacos, la sola idea de volver a ver a mi suegro hace que me cague encima. Los muertos al hoyo, y los vivos, al bollo. Así debería ser siempre.
Pero esta noche no. Esta noche los muertos caminan de nuevo, y muchos vienen a saldar cuentas pendientes que dejaron en vida. Unos buscan a sus viejos amantes, que les juraron amor eterno y al final la promesa les duró dos días. Esos hasta se lo tienen merecido, qué queréis que os diga. Otros sin embargo vienen para cobrarse las deudas que les debían antes de irse a la tumba, y otros incluso a vivir un día más con sus seres queridos. Imagináos a una madre volviendo del otro lado para ver a su niño una noche más. ¿Conmovedor, verdad? Oye, Billy, como vuelvas a escupir en la jarra te vas a la puta calle. ¡El siguiente que la use no tiene por qué beber de tus babas, joder!
En fin. Muchos de los que vuelven ni se les ve llegar, en realidad todos son fantasmas, almas en pena que vagan por la tierra en busca de ponerle fin a las cosas que dejaron a medias. Se me hiela la sangre al pensar en lo que son capaces de hacer. Pensadlo, ¿una sola noche para poder lograrlo? No tienen nada que perder, ¡están dispuestos a todo! Que los dioses nos protejan, os lo digo en serio. Hay quien habla de que pueden entrar en el cuerpo de los vivos y los obligan a hacer cualquier cosa, usándolos como si fueran un chisme cualquiera. Como una azada o un simple arado. Hay historias de gente que en noches como esta mata a casi un centenar de personas y a la mañana siguiente, mientras los juzgan, lloriquean como bebés de teta diciendo que no recuerdan nada de lo que hicieron. Como lo que contaba Mike sobre un soldado que se llevó por delante a la mitad de su pelotón. Sí coño, Mike el herrero, ¿conoces a algún otro Mike? Según él, el tipo se movía como un borracho y no paraba de caérsele la babilla por la boca mientras se pasaba a todo el mundo que veía por la espada. Pero eso de las posesiones no dejan de ser gilipolleces.
Así que ya sabéis, caballeros, es mejor quedarse encerrado en casa durante la Noche de los Espíritus. Y si no lo hacéis, lo mejor es combatirla con cerveza, como hacemos nosotros. Ahora voy a darle de comer a los cerdos, que con el hambre que tienen no va a hacer falta que llegue ningún fantasma a cobrarse su venganza. Billy, la madre que te parió, vuelve a coger esa jarra y guarda el arma. Ya sabes que no me gusta que las desenfundéis aquí dentro. Y deja de hacer el idiota arrastrando los pies de esa forma, ya estoy bastante cansado esta noche.
¿Billy?

viernes, 31 de octubre de 2014

El Alfarero Rojo

Hubo una vez un alfarero que se concentró tanto en su trabajo con el miedo a defraudar a aquellos que confiaban en él que acabó por obsesionarse y volverse loco.
Este hombre, cuyo nombre nadie recuerda, vivió en un lejano reino, y era conocido tanto por sus obras de arte como por su preocupación constante hacia su oficio. Su trabajo era su vida: no tenía esposa ni hijos y jamás había aceptado a nadie como aprendiz, ya que nunca se había topado con alguien que se sacrificase tanto como él en su profesión. Era, a los ojos de todos, una persona solitaria, mas poco le importaban a él las habladurías de la gente, puesto que apenas tenía tiempo para completar su sueño en el día a día. Su sueño era, ni más ni menos, que sus obras fueran recordadas y perdurasen en el tiempo, una vez él hubiera alcanzado el descanso eterno. 
Su habilidad para moldear la arcilla llegó a oídos del rey, un monarca caprichoso que buscaba levantar la envidia del resto de los reinos vecinos, y movido por la necesidad de sobresalir por encima de ellos, se presentó un buen día en el taller de nuestro buen hombre y le ordenó un encargo:
"Dicen que no hay cerámica mejor que la tuya en todo el reino, artesano. Quiero una urna de cerámica digna de un rey, que sea la envidia de todos, tanto aquí como en cualquier rincón del mundo. Te doy de plazo para realizar el trabajo hasta mañana, con la llegada del alba".
Apenas un día para un encargo de semejante magnitud era muy poco tiempo, pero el alfarero aceptó, lleno de orgullo al pensar que una de sus obras pudiera formar parte de las pertenencias de la familia real. Así pues reunió los mejores materiales y lo dejó todo dispuesto para realizar la obra, encerrándose en su taller. Apenas se dio cuenta de que al comenzar, ya había anochecido y que sólo se alumbraba por el viejo candil de cristal que colgaba del techo. Muchas veces ese destartalado artefacto se apagaba y el solitario artesano se veía obligado a subirse a una silla de mimbre para descolgarlo, volver a prender la mecha y de esta forma no pasar la noche completamente a oscuras. Aquella noche no fue una excepción y eso fue el principal motivo de la desgracia que le sucedió:
Cuando, subido a la silla trató de descolgar el viejo candil en total oscuridad, forcejeó con él y la silla acabó por volcarse, cayéndose con él sobre el duro suelo de piedra del taller junto con el candil, que se partió en pedazos. El alfarero tuvo la mala suerte de caer sobre los restos del farol, e instintivamente apoyó las manos para amortiguar el golpe. Al poco fue consciente de su estado: los cristales del candil se habían clavado en sus manos, y ahora sangraban copiosamente por los cortes practicados. El hombre se extrajo como pudo los fragmentos más grandes y aparatosos pero aunque consiguió mitigarla, no pudo parar por completo la hemorragia.
Haciendo muestra de su terquedad, hizo de tripas corazón y antepuso su seguridad al encargo del rey. Y, sangrando y dolorido, pasó la noche en vela realizando el trabajo a oscuras.
A la mañana siguiente, cuando el rey se personó con sus guardias en el taller del artesano, lo descubrieron tendido en el suelo, casi inconsciente debido al cansancio y a la sangre perdida, y con el horno del taller encendido. Los guardias atendieron al alfarero y llamaron a un curandero a la vez que sacaban la pieza de cerámica del horno y la enfriaban. Al hacerlo, todos los presentes enmudecieron ante la belleza de la urna que el artesano había elaborado. Su sangre, vertida sobre la arcilla fresca durante toda la noche, se había mezclado con ella y la ya de por sí impresionante pieza poseía una brillante coloración rojiza intensa, dándole un aspecto todavía más solemne y cautivador. No tardaron en circular rumores que apuntaban a que la urna estaba inbuída con magia, y que en las noches sin luna brillaba con un fulgor rojizo, como la llama del candil de cristal que nunca debió apagarse.
No todo fueron buenas nuevas: las manos del artesano estaba destrozadas y sus profundas heridas se habían infectado. Con mucho esfuerzo el curandero logró salvarlas, pero debido al daño causado quedaron inútiles, lo que significaba que el hombre no podría volver a realizar ninguna pieza de cerámica durante el resto de su vida.
A partir de ese día, se le conoció como el Alfarero Rojo, debido a esa urna que le encargó el rey. Dicha urna se convirtió en una reliquia casi legendaria que, tras la caída del reino tiempo después, muchos buscaron pero nadie encontró. También dicen que el Alfarero Rojo, al descubrir que su vida quedaba privada de aquello a lo que se había dedicado por completo, acabó por perder la cordura y se murió de pena. ¿Qué fue de la urna? Nadie lo sabe. Pero lo que sí se sabe, es que por muy triste que sea esta historia, el Alfarero Rojo cumplió su sueño de perdurar en el tiempo por medio de sus obras, a pesar de haber alcanzado el descanso eterno.

domingo, 19 de octubre de 2014

Sobre el Mar de Nubes y la Isla en el Cielo

Hay quien dice que tras los días de lluvia y tormenta, puede verse en el cielo un atisbo del Mar de Nubes. Cuentan que allí arriba, en lo más alto, hay todo un mundo nuevo que conforma el techo del nuestro, pero el caso es que nadie ha podido contemplarlo con sus propios ojos. Y en alguna parte de esta vasta región, deambula Nabras, la Isla en el Cielo, meciéndose entre las nubes de ese blanco mar. Sólo los shirtide, aquellos que vulgarmente se conocen como los hombres-pájaro, el pueblo alado que posee el don de cabalgar los vientos, ha estado allí, estableciendo la capital de su reino en esas cumbres flotantes. En esas altitudes son sin lugar a dudas los únicos reyes y señores, ya que ni siquiera las aves que sobrevuelan nuestros pueblos y bosques son capaces de llegar tan alto con sus alas. Allí se alza su reino: pueblos y ciudades ocultos a los ojos de los extraños que se asientan sobre peñascos y montañas escarpadas, gobernadas por una ciudadela en la parte más elevada de la enorme isla. Las historias cuentan que, en su soberbia, los shirtide la coronaron con torres de mármol tan altas que incluso llegan a tocar el sol.
Ningún hombre o mujer ha sido capaz de llegar a surcar el Mar de Nubes ni probar verdaderamente que dicha isla vagabundea a lo largo y ancho del cielo y que por tanto existe. Sin embargo, circulan rumores que apuntan a que en algún lugar del lejano Sur están construyendo barcos voladores con los que poder navegar más allá de nuestros cielos, hacia el Mar de Nubes...

jueves, 24 de abril de 2014

Cachorro

Aún somos poco más que un cachorro.
La edad no nos hace crecer, lo hacen todos los problemas que nos atacan a medida que pasa el tiempo. Aprendemos a palos y por las malas, esas son las únicas y verdaderas lecciones que mellan en nosotros y perduran con el tiempo. Las que nos dejan ese regusto agridulce al aprenderlas, las que no hace falta hacer muchos esfuerzos para recordarlas. Aquellas que cuando alguien las menciona, inmediatamente hurga en la herida que llevamos dentro. Es así cuando empezamos a crecer.
Y crecemos constantemente, nunca dejamos de hacerlo. Para algunos no es suficiente, bien porque quisieran crecer aún más o bien porque lo necesitarían para poder espabilar de una maldita vez. Pero lo que sí es cierto es que en algún momento todos hemos querido, aunque sólo fuese una vez, no tener que volver a hacerlo.

jueves, 6 de febrero de 2014

Cuatro reyes

Hubo una vez cuatro reyes que se repartieron el mundo.
Uno al norte, en su trono de hielo, dormido para toda la eternidad custodiado por vientos fríos y nieves perpetuas. Otro al sur, entre bosques de árboles milenarios, protegido por los espíritus más antiguos. El tercero al oeste, en el océano y bajo las aguas, donde las tormentas en los mares no sienten piedad de nada. Y el último al este, con su reino en las arenas del desierto, ya caído en desgracia y donde ahora sólo quedan ruinas.
Hubo una vez cuatro reyes que se repartieron el mundo. Cuatro reyes, que ahora tres, mantienen sus dominios a lo largo del tiempo, esperando que llegue el momento en el que puedan volver a revelarse y una vez más levantar a sus ejércitos.

lunes, 13 de enero de 2014

Mi lobo blanco

Dicen que las noches son mágicas, ¿sabes? Hay algo en ellas, algo que las hace extrañas, atrayentes. Especiales. Es en esas noches cuando mi mente se evade de lo que acontece a su alrededor y logra que todo tenga un sentido diferente. ¿Sabes por qué considero que la relación que tenemos es tan extraña y a la par especial? La razón de ello es que me recuerdas a mí. A mí hace unos años, cuando todo lo que me rodeaba era mucho más frustrante, cuando parecía que en el futuro no había nada claro... Es evidente que no somos iguales, pero cuando me cuentas tus problemas, me recuerdan a los míos. Tampoco son los mismos pero su esencia sí es la misma y el sentimiento que provoca, muy parecido. Y los ojos azules... Definitivamente los ojos azules tienen algo que ver en todo esto.
A veces mirándote a ti me veo a mí. Es extraño. Me pregunto qué opinión tendrás de mí, de forma sincera. Me pregunto qué tendremos realmente en común. Si tú también notas que hay noches que son mágicas, que tienen algo en el ambiente que las hace distintas. Especiales. Noches en las que sueñas con tu animal. Como me sucede a mí con mi lobo blanco. Últimamente apenas noto su presencia, pero hace un tiempo hasta se me aparecía en sueños. Antes lo notaba caminando conmigo allá a donde fuese, en mi interior. Ahora es como si estuviera dormido. Sólo espero que no me haya abandonado. 
Me pregunto si tú tendrás un animal que camina contigo, y cual será. Me pregunto si te visitará en sueños y si ves en él la fuerza que muchas veces necesitas pero no sabes de dónde sacar. 
Y de ser así, sólo espero que jamás tengas la sensación de que te haya abandonado.

lunes, 6 de enero de 2014

Fimias

Se dice que las fimias son pura energía: retazos de magia que toman forma corpórea y se dedican a vagar por el mundo. Pequeñas y luminosas como luciérnagas inquietas, las fimias deambulan por los rincones en los que rebosa la vida, por eso su lugar favorito son los bosques durante la primavera y el verano. ¿A dónde van en otoño y dónde se refugian en invierno? Nadie lo sabe. Tal vez se esconden en el mismo lugar que lo hacen las mariposas, bien bajo el tronco de un árbol seco que capea una tormenta, o bien migran hacia lugares lejanos y más cálidos como se les ha visto hacer a algunas aves. La verdad, nadie la conoce. Lo que sí se sabe es que las fimias están asociadas a la presencia de vida. Cuando un pueblo se instala demasiado próximo a las fronteras de un bosque, tarde o temprano las fimias acaban entrando en las casas, revoloteando en los lugares que haya más actividad. La gente acostumbrada a su presencia ha aprendido a ignorarlas, a pesar de que algunas veces pueden llegar a ser verdaderamente molestas.
En ocasiones, una fimia es mucho más grande que el resto de sus compañeras, llegando a tener un tamaño abismal (un palmo de alto, aproximadamente). Hablamos entonces de una alta fimia, un ser que es capaz de entender el lenguaje humano y que tiene consciencia de sí mismo y capacidad de comunicarse. Las altas fimias pueden adoptar diversas formas, aunque las más comunes suelen ser las de mujeres en miniatura o duendecillos. Las más creativas optan por otras formas, e incluso las mezclan dando como resultado aspectos inverosímiles. Son seres más extraños que sus primas las fimias: hoy en día, ya resulta raro toparse con alguna fimia aunque uno permanezca durante semanas en el corazón de un bosque, y las altas fimias ya se recuerdan únicamente por viejas canciones. Son realmente curiosas, sobre todo con los seres que tienen raciocinio, aunque apenas muestran perseverancia. Tan pronto como una alta fimia viene, se va.
Excepto una. Una alta fimia realmente especial. Una que, a diferencia del resto, poseía un nombre. Y ella es la protagonista de esta historia...