martes, 9 de noviembre de 2010

Segundas tiradas

Hay mañanas más duras que otras. Te despiertas cansado, dolido, impotente. Hay tanto que demostrar, y es tan difícil de conseguir...
No siempre es fácil. Muchas noches acabas axfisiado, pidiendo en silencio aire nuevo, sin poder gritar porque tu respiración se ha cortado. No ruegas ayuda a nadie aunque notes que te supera, tal vez porque tu orgullo es demasiado grande, o simplemente porque crees que es algo que debes demostrarte a ti mismo y que nadie más debe entrometerse; porque es tu objetivo, tu guerra.
Y pese a todo, notas como te vas hundiendo poco a poco, procurando que nadie lo vea, tratando de mantenerte con cara de póquer, frío e impasible ante el resto, sabiendo mejor que nadie que sólo es cuestión de tiempo que todo acabe por salir a la luz.
¡Escúpelo! Libera todo ese odio, toda esa rabia que te quema por dentro, con tanta fuerza que parece que has engullido brasas al rojo vivo. Llora si te ves con fuerzas: no siempre es el débil el que suelta las lágrimas.
Rompe la baraja, súbete a la cima del mundo y obsérvalo todo en silencio, contemplando todo lo que hay, todo lo que hubo, todo lo que habrá... Todo ha cambiado, nada es como era, ¡absolutamente nada! Parece como si fuese una nueva vida, una totalmente distinta... ¿Acaso este es tu destino, el romper con todo? El tener que llegar a un punto en el que hay que elegir, que decidir, que escoger, que valorar... ¿Y entonces, qué? ¿Qué te queda, qué deberías hacer? ¿Cuál es el motivo, la idea, lo correcto?
Entonces, y sólo entonces, llega un momento en el que te das cuenta de que necesitas escuchar de la boca de alguien que vales para lo que te propones. Que todo tiene un sentido, que merece la pena seguir adelante...
Una sola oportunidad, no hay repeticiones ni segundas tiradas. Es lo único que te queda para alcanzar tu objetivo.

martes, 19 de octubre de 2010

Trono de Hielo

Las luces del alba ya se habían apoderado de los edificios y las calles de la ciudad, iluminando los lugares que como indicio de la fría noche estaban tapizados por una fina manta de escarcha, otorgándoles un brillo inusual. Dichas vistas podían observarse desde aquella terraza, situada en la cima de uno de los edificios más viejos y con mayor altura de la zona.
El gélido aire ascendía por sus fosas nasales, siendo tan frío que llegaba a quemarle los pulmones por dentro en cuanto rozaba su superficie. Desde allí podía contemplar cómo la gente de a pie transitaba por avenidas y bocacalles, absorta en sus pensamientos y totalmente ajena a que en las alturas alguien se dedicaba a echar un ojo a sus pasos por mero entretenimiento. Daba la impresión de que si se lo propusiera, le resultaría sencillo sostener a alguno de los transeuntes en la palma de la mano, como si no se tratasen más que de pequeñas figuritas expuestas en una maqueta bien confeccionada.
Podía notar el frío en su piel, acariciándola como si se tratase de la pluma de un ave que se deslizaba sobre su tez en mitad de su precipitado viaje hasta el suelo. Era una sensación que desde hacía tiempo consideraba muy agradable, sentir el frío adentrándose en su cuerpo. Hace años jamás hubiese imaginado que llegaría algún día en el que pudiese pensar semejante idea; habían pasado demasiadas cosas a lo largo de ese tiempo y su vida había dado un vuelco que jamás habría supuesto. Observó, con expresión de descuido, como un pájaro sobrevolaba a ras de suelo la acera en busca de algo que le fuese útil para llevarse al pico.
Demasiadas cosas.
El joven se retiró un mechón de su enmarañada melena de los ojos, mientras los recuerdos de hace unos años afloraban en su memoria a la par que su vista se distorsionaba, siendo imposible reconocer nada de lo que pudiera ver ante sí aunque estuviese a un palmo de su cara.
Recordó, tiempo atrás, aquella persona por la que lo hubiese dado todo; las promesas que hizo y las promesas que le hicieron. Recordó los buenos momentos que compartieron juntos... y fue sólo cuestión de tiempo recordar los malos.
Cerró los ojos con fuerza y apartó bruscamente la vista del punto en el que se había quedado fija. Las cosas eran ahora muy distintas; su corazón, antaño una llama que ardía con inmensa fuerza, cargada de emoción y sentimiento, ahora se había convertido en un cristal de puro hielo, rodeado de un halo gélido de tranquilidad y determinación. No sabía cómo había llegado hasta tal punto, pero en realidad no le importaba: el hielo de su interior era tan frío, que podía llegar a quemar con más fuerza y emoción de lo que la llama pudo hacerlo nunca. Lo notaba de una forma tan clara que hasta le resultaba obvia, sentía cómo su forma de pensar y de actuar había cambiado al cabo del tiempo; podía notar cómo todo le resultaba diferente si se comparaba consigo mismo hacía tan sólo unos años. Y se sentía a gusto con el cambio.
Sin embargo, a veces tenía momentos como ese, momentos en los que su memoria le hacía pasar un mal trago, momentos en los que se preguntaba si todo aquello pudo haberse evitado; si podría haber tenido otro final.
Otro final, quizá más feliz.
Negó ligeramente con la cabeza, y respiró de nuevo ese gélido aire mientras observaba el horizonte. La vida está sujeta a cambios, no hay nada que se mantenga estable para siempre, absolutamente nada. Y su vida no era ninguna excepción. Se recostó aún más sobre la barandilla de su terraza, y se dejó llevar por aquellas vistas tan magníficas que lo conmovían.
Tal vez un día fue aquella persona con una llama imposible de extinguir en su interior, pero ahora apenas había rastro de él, no más que en sus recuerdos. ¿Se había convertido entonces en una sombra de lo que fue? En realidad, no eran ideas tan diferentes. Opuestas, pero aún así ligeramente ligadas. ¿Qué provocó el cambio? Tal vez sólo era cuestión de tiempo que sucediese, tal vez estaba escrito desde el principio...
Su imagen volvió a sus ojos. Era como tenerla delante, dando la impresión de que si estiraba su mano, podría llegar a tocarla. No había, sin embargo, ninguna intención de hacerlo. No había ninguna intención de volver a buscarla, de tratar de solucionar todo lo sucedido hacía tiempo, de tratar de cambiar el final. No la había. Y eso podía leerse de forma sincera en su rostro, cada vez que la recordaba. Ya trató, en su día, de arreglarlo, negándose a ver lo que había delante. Y fracasó. El tiempo se aseguró de que lo viese con sus propios ojos. Y él, mostrando por primera vez el hielo de su interior, marcó un final para ambos.
No había vuelta atrás. Aunque en realidad, no es que no la hubiese; es que no la deseaba.
Sus labios se tornaron en una media sonrisa, mientras sus ojos, azules como el mismo océano, oteaban el horizonte. Las palabras que una vez ella le dedicó volvieron a mostrarse, aquellas palabras que ambos habían tomado como ciertas y que según ellas, el profundo vínculo entre ambos no se rompería jamás. Ahora, el vínculo se había roto y las palabras no eran más que una frase carente de sentido, que le recordaba que nadie puede dar por ciertas los sucesos del futuro, puesto que es la apuesta más arriesgada de todas.
Cerró levemente sus ojos, dio la espalda a las vistas y con paso decidido volvió a entrar dentro de la estancia, no sin antes volver a respirar una bocanada de aire helado, mientras se despedía del recuerdo de su vieja amiga hasta la próxima vez que volviese a fluir entre sus pensamientos.
Tal vez un día fue aquella persona con una llama imposible de extinguir en su interior, pero ahora apenas había rastro de él, no más que en sus recuerdos. Ahora, subido a aquel edificio, contemplando todo lo que alcanzaba su vista desde aquella terraza en las alturas y respirando ese aire tan frío como su propio interior, se sentía lleno de fuerzas, aunque en ocasiones siguiese sorprendiéndose ante su nueva forma de ser, distinta a su antiguo yo.
...Ahora, subido a aquel edificio, contemplando todo lo que alcanzaba su vista desde aquella terraza en las alturas y respirando ese aire tan frío como su propio interior, se sentía lleno de fuerzas; como un rey sin alma, contemplando la tierra desde su trono de hielo.

viernes, 13 de agosto de 2010

El faro

"Un hombre está sentado en la planta baja de su casa viendo las noticias por televisión, y se entera de que han naufragado dos barcos en el puerto. Apaga la televisión, sube al piso de arriba, enciende la luz, y acto seguido, se suicida. ¿Qué ha sucedido?"
El hombre, de unos setenta años, daba una ligera calada al cigarrillo que sostenía entre sus dedos mientras miraba con curiosidad a su interlocutor, un joven con la veintena de edad recién cumplida. El acertijo que le había propuesto no es que fuese muy complejo, pero lo había escogido porque era de sus favoritos. Por alguna extraña razón le gustaba, sentía una especie de cariño hacia él, lo consideraba una historia... ¿conmovedora? Tal vez no fuese esa la palabra. Expulsó el humo del interior de sus pulmones a medida que depositaba con tranquilidad el cigarro en un cenicero de cristal, que reposaba sobre la mesa en la que se encontraban sentados cara a cara.
Pudo ver cómo en la frente de su joven acompañante se marcaban un par de arrugas mientras se escurría los sesos, tratando de dar con la respuesta correcta. Frunció el ceño un par de veces más antes de exponer sus ideas.
Tal vez algún familiar suyo iba en el barco, alguien de la tripulación.
¿Y cómo explicas lo de la luz?
le inquirió el anciano, con una pícara sonrisa dibujada en su rostro. Estaba disfrutando mucho con todo aquello. El joven le dio un breve sorbo a la cerveza que estaba degustando, antes de dejarla nuevamente sobre la mesa y retomar sus divagaciones acerca del enigma que su compañero le planteaba.
Dices que la dejó encendida, ¿no?
El viejo asintió, dándole otra calada al cigarrillo y devolviéndolo al borde del cenicero.
Tal vez se trataba de un tipo de protesta, relacionada con el accidente 
—expuso.
Te estás acercando le animó.
Vale, la clave está en que encendió la luz antes de suicidarse. Pero la televisión la apagó... ¿Qué coño puede significar eso? se preguntó a sí mismo mientras se rascaba la perilla. Le gustaba mucho que su abuelo le plantease acertijos y adivinanzas en noches como esa, desde las que se podía observar cómo las olas del mar rompían contra la playa, con tan solo dirigir la vista hacia los cristales de la ventana de la salita donde ellos se encontraban, dispuestos a pasarse hablando incluso durante horas, hasta que el sueño pudiese con alguno de los dos. Sin embargo, lo que a él le interesaba de verdad no eran los acertijos en sí, eran las reflexiones que hacía su abuelo sobre las propias preguntas que le planteaba, ya que muchas veces él no era capaz de dar con una respuesta que satisfaciese a ambos. Al cabo de unos minutos, chasqueó la lengua, y tras darle un nuevo trago a la botella de cerveza, anunció su rendición:
Tú ganas. ¿Qué ha sucedido?
Con el cigarro sostenido en su boca únicamente por sus labios, su sonrisa se hizo un poco más grande, antes de resolver el enigma.
El faro.
dijo sin más, como si aquellas dos palabras no necesitasen mayor explicación. Quizás fuese así, pero no resultó ser de gran ayuda para su nieto, que arqueó las cejas de forma exagerada.
¿El faro? repitió. Todo aquello le sonaba a chino. ¿Qué tenía que ver un faro con un hombre que se suicida dejando una luz encen...? La expresión de su rostro cambió por completo, cayendo en la cuenta de que, efectivamente, aquellas dos palabras no necesitaban más explicación para dar con la respuesta al acertijo. Su abuelo, al verlo, no pudo evitar soltar una amplia carcajada, que inundó todos y cada uno de los recovecos de la habitación.
Deberías ver la cara que has puesto. Todo un poema. le dijo al recuperar la compostura.
Entonces, el tipo vivía en el faro del puerto, ¿no? Su nieto simuló ignorar el comentario acerca de su reacción y trató de centrarse en la solución del enigma, queriendo quitarle hierro al asunto, aunque el leve sonrojo de sus mejillas lo delataba.
Eso es. Los barcos naufragaron contra el puerto porque la luz del faro no estaba dada. Al darse cuenta de que habían muerto por su culpa, el hombre se suicidó, no sin antes dejar el faro encendido para que no volviera a repetirse otra tragedia. 
explicó todo el razonamiento sin titubeos y transmitiendo mucha calma con su voz. A su nieto le daba la impresión de que contada por su abuelo, la solución del acertijo era sencilla, incluso evidente, pese a ser consciente de que jamás hubiese conseguido dar con ella. Y principalmente por ese motivo era por el que se sentía un poco imbécil en aquel momento.
Y por curiosidad... Si tú hubieses sido el encargado de ese faro, ¿te hubieses suicidado sabiendo que por tu culpa han muerto decenas de personas?
El joven se atragantó con la cerveza. Su abuelo le había soltado aquella perla como quien pregunta acerca del día que ha tenido o sobre cómo van las cosas por casa. Ya debería estar acostumbrado, pero de vez en cuando se las ingeniaba para cogerlo con la guardia baja. Posó la cerveza sobre la mesa y se mantuvo en silencio un segundo. Después, esbozó una sonrisa cargada con sorna, y mirando a los ojos azules de su abuelo, le contestó con otra pregunta:
¿Y qué hubieses hecho tú?
Su abuelo repitió con los labios el mismo gesto que su nieto. Se había escabullido de aquella pregunta con cierta astucia, aunque ambos sabían que eso no quería decir nada, ya que a poco que presionase, su nieto acabaría comiéndose la cabeza para tratar de dar una respuesta. No lo hizo, ya que no quería presionarlo, así que tras terminar el cigarro y apagarlo contra el fondo del cenicero, expuso su opinión.
Bueno, es un tema un tanto escamoso, ¿no crees? Posiblemente sea un trauma que tengas para el resto de tu vida, y quizá muchos piensan que se sufre más manteniéndose con vida y recordándolo cada día que poniéndole fin. Y de hecho, yo también lo creo. Pero... No creo que me quitase la vida. Si me mantengo vivo, seguiría en el faro, y sería un error que no volvería a cometer. Todos esos fantasmas no te dejarán volver a cometer ese error, te das cuenta de eso, ¿no? Además, si no estuviese, quizá al próximo que le tocase ocupar mi lugar se viese al cabo del tiempo en la misma situación, si por desgracia cometiera el mismo error. Y créeme, saber que una persona ha muerto por culpa de algo que tú hiciste, y que pudiste haber evitado, es un sufrimiento que no le deseo a nadie, absolutamente a nadie.
Su abuelo lo había vuelto a hacer. Eran esos momentos los que tanto le entusiasmaban, aquellos momentos en los que podía asomarse, aunque sólo fuese un poco, al interior de la mente de su interlocutor, mostrando una pizca de la visión del mundo que había adquirido con los años. Eso hacía que se preguntara si alguna vez él llegaría a tener una visión de la vida como su abuelo.
Bueno... ¿pasamos a otro? inquirió su acompañante, con voz ronca.
Ehm, sí, claro.
Está bien. 
Sonrió de nuevo, estirando las arrugas que poblaban su rostro, y se aclaró la voz antes de continuar—:"Una familia, formada por los dos padres, una hija y un hijo. Un día..."

sábado, 10 de abril de 2010

¿Viaje al país de Nunca Jamás?

En ciertas ocasiones, no nos quedará otra salida que la de enfrentarnos a esa realidad inalterable que creamos hace tiempo y romper con ella. A veces no quedará otra alternativa que enfrentarse a ello, no podremos escapar. Enfrentarse a tus miedos, a tus temores, plantarle cara al pasado y valorar, valorar si merece la pena continuar por el mismo camino que siempre has tomado sólo por el hecho de que en el pasado resultó ser una travesía agradable. En ningún lugar está escrito que se deba continuar, es uno mismo el que se autoimpone que las cosas deben permanecer fijas, inamovibles. Sin embargo, lo que no se tiene en cuenta es que todo está cambiando continuamente, que no hay nada que se mantenga invariable en este mundo. El hecho de estar vivos implica estar en constante movimiento, significa que todo está mutando a nuestro alrededor... incluso nosotros mismos. ¿Somos nosotros los que cambiamos o es nuestro entorno el que se modifica? Posiblemente se den ambas opciones al mismo tiempo. ¿Es normal mostrar miedo ante cualquier cambio que desestabilice todo lo que se ha conocido y aprendido, a perder lo que ya se tiene a cambio de algo que se desconoce si puede ser bueno o malo, si puede ser mejor o peor, y preferir no arriesgarse? Quizá sea más que comprensible esta postura. Pero pese a todo, no deberíamos anclarnos en el pasado, en llorar la pérdida de todas las cosas que tuvimos y que ahora no tenemos, o que tememos no poseer en el futuro. ¿De qué serviría llorar? Aunque tampoco deberíamos olvidarlo. No deberíamos olvidarlo porque es en el pasado donde nos hemos convertido en lo que somos ahora, y no puede ser buena idea ignorar esos detalles ni dejarlos enterrados lejos de nuestra conciencia. No se trata de depender de él, pero sí de tenerlo en cuenta, aunque a veces no seamos capaces de conocer con exactitud todo su significado. Y eso implica que si muchas veces no somos capaces de comprender el pasado, ¿cómo pretendemos entonces tratar de predecir el futuro?
No hay una respuesta clara para esto, lo único que nos queda suponer es que quizá, durante toda una vida, haya el tiempo suficiente como para dar con la solución correcta.

martes, 23 de febrero de 2010

"Buenos días, cabrón con suerte"

Me tengo que despertar...
Esas fueron las palabras que me dedicó aquella mañana, cuando logró atinar en la penumbra con la alarma del despertador. Como respuesta, por poco romántico que suene, e incluso grosero por mi parte, yo me limité a gruñir mientras me acomodaba sobre aquel viejo colchón. Sin embargo, y por ridículo que suene, ella sonrió con todas sus fuerzas mientras me abrazaba y me regalaba uno de sus besos. Minutos más tarde, me abandonó entre almohada y sábanas para dirigirse con energía hacia la ducha.
Entreabrí los ojos, bostecé y me desperecé patosamente, como uno de estos perros que uno encuentra en el porche de todas las casas con finca o jardín, donde las familias veranean e invierten su ocio; el típico mastín que se estira mientras muestra todo su juego de colmillos a quien pase cerca del lugar escogido por el animal para echar una cabezada a media tarde.
Ahí fue cuando yo empezaba a despertarme, cuando dejaba de ser menos bestia y más persona, como cada mañana tras salir de un sueño. O al menos eso me parecía a mí. Rodé sobre la cama, primero una vez y luego otra, hasta quedar boca arriba, contemplando el techo junto con el pequeño ventanuco que quedaba casi enfrente de mis ojos, por el cual la luz proveniente de la calle manaba lenta y pausadamente, como el agua de un manantial en mitad de la montaña.
Y entonces, como cada mañana tras salir de un sueño, la voz de mi interior me habló. Aquella voz que había nacido conmigo, con la que con ella lo era todo y sin ella no era nada, la causante de que fuese tal y como soy, aquella que por su culpa mi reflejo irradiaba una pálida luz verde que me hacía seguir hacia delante. Y lo que me dijo no era nuevo para ninguno de los dos, tan sólo era su saludo, su forma de decirme hola:
"Buenos días, cabrón con suerte".
Me incorporé casi de un salto, mientras mi compañera salía de la ducha y la voz no dejaba de hacerse eco en mi cabeza. Me levanté con torpeza, y poniéndome unos vaqueros por el camino, hice mi turno en el cuarto de baño. Nada más llegar me apoyé en el lavabo y me miré al espejo: Me detuve en el reflejo de mis ojos azules, a medida que en mi rostro se marcaba aquella sonrisa ligeramente burlona que tanto le gustaba a la chica que me esperaba fuera del baño.
Fue entonces cuando contesté a la voz de mis entrañas, casi riéndome por dentro. Sí, era un cabrón con suerte, el mayor cabronazo de todos los que había por los alrededores, y la razón se debía a la chiquilla que me esperaba fuera, ansiosa tal vez por que le diese un beso o le contase una de mis historias, tal y como hacíamos todos los días desde hacía un tiempo.
Y es que, ¿cómo no iba a ser un cabrón con suerte, si me había tocado el gordo?

viernes, 29 de enero de 2010

Jugar y perder; pagar y callar

¿Sabes, David? A veces uno tiene que arriesgarse y apostar por lo que cree correcto, a pesar de las consecuencias que puedan producirse. Me dijeron una vez que tarde o temprano en esta vida había que escoger un lado del tablero, no por las opiniones de la gente que te rodea, sino por lo que se considera correcto. Y todo eso está muy bien, ¿sabes? Pero tarde o temprano llegará el día en el que te arriesgues por algo y la cagues, te llenes de mierda hasta el fondo y pierdas el poco respeto que alguien pueda tenerte. ¡Y eso es una putada, desde luego! ¿Entonces qué cojones debemos hacer cuando se nos presenta una situación así, eh? ¿Huir con el rabo entre las piernas como un jodido tirillas? Ni de coña. ¿Tratar de cambiar de tema, pasar y echar tierra al asunto a la primera de cambio? Hazlo y no te volveré a dirigir la palabra, de eso no te quepa duda. No, lo que hay que hacer es coger el toro por los cuernos y tomar una decisión, ¡y seguir con ella hasta el final! Tampoco se trata de hacer lo primero que se te ocurra, por el amor de Dios. Las cosas hay que tomárselas con calma, ¿sabes?, pero tampoco hay que dormir a nadie con la espera. No se trata de ser uno de esos quema-sangre que se tiran años para hacer cualquier cosa, ¡hasta para comer! Conocí a un hombre en Mieres que se pasaba horas para un triste plato de carne, aunque él no paraba de decir que los de Mieres degustaban la comida. Decía mi abuelo que el que no vale para comer, no vale para nada, y cuánta razón hay en esas palabras. También lo decía mi padre y también lo digo yo, y si hago un buen trabajo durante mi vida también lo dirán mis hijos y mis nietos. Espera, ¿qué te estaba contando antes de esto...? ¡Ah, sí, ya me acuerdo! Pues eso, pequeño, que tarde o temprano en la vida vas a tener que escoger un bando para todo, una postura, una opinión. ¡No se puede ser un indeciso toda la vida! Y lo peor de todo será cuando te arriesgues por algo y te des cuenta al cabo de un tiempo que has cometido un error. En esos casos no queda otra que admitir que has estado equivocado y tratar de enmendar tu error cuanto antes. Somos humanos, y errar es humano, ¿sabes? Pero mi querido amigo, si la vida fuese tan sencilla como eso... ¡qué bonito sería este mundo! No, que va. Habrá veces en las que sólo tú sabrás que estás haciendo lo correcto y el resto de la gente pensará que estás equivocado. En esas ocasiones no queda otra que ser un terco de cojones y no ceder en tu postura. Ya que si lo haces, ¿quién sabe cuánta gente que quieras pueda acabar herida? No se trata de ser siempre honesto y decir la verdad, ¡ya nos gustaría! A veces sólo podemos optar entre una cosa mala y otra peor. ¿Y sabes qué? El truco está en escoger aquella que nos joda menos por dentro, aunque no siempre es fácil. Decía mi abuelo muchas veces este refrán: "jugar y perder; pagar y callar". Y cuánta razón hay en esas palabras. También lo decía mi padre y también lo digo yo, y si hago un buen trabajo durante mi vida también lo dirán mis hijos y mis nietos... En fin, no lo olvides nunca, muchacho.
Y ahora déjame un momento tranquilo, porque esta cerveza no va a acabarse sola, ¿sabes?