lunes, 26 de diciembre de 2011

El comienzo del último intento

Bajo la luz de una bombilla incandescente, en mitad de una noche envuelta en la niebla, me atrevo por fin a escribir esta historia. Han sido muchos años los que me he resistido a hacerlo, y más todavía los que he tratado de intentarlo, sin éxito. Hoy, con los cánticos de antiguas canciones resonando en mis oídos, espero comenzar el que sea mi último y definitivo intento. Aun sabiendo que tal vez, invierta para ello el resto de mi vida.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Caza de libros

La primera parte del relato llegó a sus manos hace lo menos diez años por parte de su abuelo, a una edad demasiada temprana para poder digerirlo pero suficiente para saber que debía conservarlo y que no se trataba de un cuento cualquiera: era una historia que merecía la pena hacer esperar hasta crecer y sentirse capaz de adentrarse en ella.
No recordaba cómo había llegado a sus manos el viejo cuento del dragón dorado y su tesoro en aquella solitaria montaña, pero calculaba que debía ser por fechas similares. En cuanto al relato de las tres joyas y el otro grupo de historias que acompañan a esta primera, provenía de un viejo y gran amigo como regalo de cumpleaños. Ambos en plena niñez, la magia de aquel manuscrito era palpable en el ambiente en el momento en que los dos posaron sus manos sobre la portada. "Una historia de los Días Antiguos" decía su compañero, antes de entregárselo.
De las dos otras partes que se completan con la primera, reciéntemente ha iniciado su búsqueda, y parece que ha obtenido sus frutos rápidamente. Tras tantos años pasados, tal vez pronto se haga con ellas, no sin deber nuevamente un favor o dos a la persona que le ha brindado la posibilidad de obtenerlas.
Por el camino y con el paso del tiempo, multitud de historias ha ido encontrando y añadiendo a sus arcas, como por ejemplo la del viejo lobo de mar en la posada del "Almirante Benbow", escrita en páginas teñidas por completo de amarillo y con su nombre garabateado a tinta azul en la primera página y con una letra que no es la suya. ¿De su madre, tal vez? También hay otras obras, pero citarlas todas y contar sus lugares de procedencia sería generar una lista innecesariamente larga y tediosa.
Ya que todos esos libros, y todos los que están esparcidos por el mundo, guardan principalmente dos historias distintas: la primera es aquella que encierran en sus páginas, y la segunda es la que cuenta cómo ese volumen concreto llegó a manos de su poseedor.

jueves, 1 de diciembre de 2011

La culpa la tiene el zumo de piña

Se que no viene a cuento, pero cuando me dices este tipo de cosas consigues que me derrumbe por completo. Me duele ligeramente la cabeza, todo se nubla en mi mente y de pronto me encuentro buscando un sitio alto en plena noche y de esa forma notar cómo el frío cala hondo en mi piel, hasta llegar a los huesos. Supongo que esta sensación sustituye a todas las veces que no lloro cuando debería hacerlo.
No siempre es así. A veces no hace el suficiente frío por la noche como para que pueda serenarme, y no me queda otra que cargar con ese sentimiento, tratando de relegarlo a las zonas más oscuras y olvidadas de mí mismo, para que moleste lo menos posible. Cuando eso pasa el orgullo puede más que la sensatez, y niego el hecho de que ese sentimiento esté ahí dentro, cuando todo el mundo lo ve. Prefiero justificar mi mirada vacía en lo primero que pasa delante de mí. Así parece un poco más fácil soportar esa carga.

martes, 29 de noviembre de 2011

Uróboros

Todo escritor que se precie tiene lo que algunos denominan como "su obra maestra". Un escrito que redacta a lo largo de los años, que lo pule y lo retoca una y otra vez, sin descanso y de forma inexorable, a lo largo de toda su existencia. Es la máxima expresión de su arte, de su capacidad creativa. Un fragmento de su mente plasmado y fijado en varios pliegos de papel, aquello por lo que se le recordará más allá incluso de que haya pasado a mejor vida. Su mayor logro en su vida como escritor. En definitiva: su entelequia. Y todos aquellos que aspiramos de alguna manera a ser escritores de tomo y lomo, y que ahora mismo no nos atrevemos a llamarnos a nosotros mismos mucho más que chupatintas o cuentacuentos de poca monta, contamos con una de esas "obras maestras". Una historia que guardamos para nosotros, incompleta, y que nos esforzamos en completarla y en enseñársela a cualquiera que se digne a mostrar interés. Es lo único que necesitamos para despertarnos cada mañana y para acostarnos cada noche, saber que si deseamos lograr ese objetivo, debemos seguir viviendo nuestro día a día, cargados de paciencia para continuar relatando nuestra "obra maestra". Pero por más que avancemos, que describamos, que retoquemos y que reescribamos, nunca tenemos la sensación de haberla completado. Consideramos que el problema es que se trata de un trabajo de artesanos, una verdadera obra de arte que conlleva su tiempo, pero en muchas ocasiones en las que el optimismo no está de nuestro lado no nos parece mucho más que un ciclo sin fin: la serpiente que se muerde la cola. Y reafirmamos más esta idea al no ceder en nuestro empeño, al continuar con nuestra empresa pese al paso de los años, ya que consideramos que hemos conocido y creado algo tan hermoso que estamos en la obligación de enseñárselo al resto del mundo.
Soñamos con que llegará el día en el que por fin estará terminada, que saldrá a la luz y que todo el mundo conocerá esa brillante historia que queremos mostrar. Y será así como, tal vez, algún día, rompamos con ese ciclo perpetuo que nos persigue y atormenta. Puede que nadie recuerde nuestro nombre para entonces, pero no olvidará ese relato que nos llevó a alcanzar la gloria en nuestro tiempo.
De esa forma, tal vez, una parte de nosotros, un pedazo de nuestra alma, se haga un hueco entre los mitos y las leyendas, y permanezca así en este mundo para toda la eternidad.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Noche de tormento

En noche de lluvias,
impasible; a merced del frío y el viento
anhelo tus caricias,
tu risa ante un reencuentro,
tus besos, la calma de mi tormento.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Pasos firmes

He aquí la historia de una mañana lluviosa y nublada, de un deportivo que patinaba sobre el asfalto empapado, y de dos insensatos: uno al volante, y otro a pie de calle.
Ella iba caminando distraída, sin prestar mucha atención a su alrededor, inspirando el frío matutino y notando la humedad del aire en sus pulmones. No había nada de extraño en su figura, salvo tal vez la fuerza y determinación con la que sus botas pisaban el suelo. Aunque eso era algo que prácticamente nadie había percibido. Porque había más gente transitando aquella calle, por supuesto. Padres que llevaban a sus hijos al colegio, repartidores que transportaban su cargamento a las tiendas de alimentación de la zona, personas mayores que emprendían su rutinal paseo por las aceras del barrio, y un largo etcétera que representa el día cotidiano de la gente que se movía por aquella zona.
Sucedió entonces: un deportivo blanco tomó la calle a toda velocidad, generando un atroz sonido que irritaba a la mayoría de los transeuntes y vecinos del lugar. Muchos escucharon entonces cómo el vehículo derrapaba y patinaba sobre la calzada, producto de la casi inexistente fricción entre los neumáticos y el encharcado suelo. Nuestra joven se giró sobre sí misma para observar la escena, y deseando, no sin cierta malicia, que el incidente provocase alguna avería al estruendoso coche.
Cuál fue su sorpresa al contemplar con horror que un niño de no más de tres o cuatro años se encontraba en mitad de la carretera, mirando fijamente al deportivo y comprendiendo, en esos escasos segundos, que esa tonelada y media de aluminio se le venía encima. ¿Qué hacía allí ese chiquillo? Es algo con lo que a día de hoy la gente del lugar todavía no se pone de acuerdo. Hay quien dice que cruzaba para ver un escaparate, otros que para ver a su padre... aunque a fin de cuentas es algo irrelevante. Estaba allí, en ese instante. Muerto de miedo.
Lo siguiente que se recuerda es un frenazo seguido de un volantazo, una fugaz mancha roja, el llanto de un niño y el brutal choque del coche contra una boca de incendios.
Ni siquiera ella lo tenía del todo claro, pero el caso es que se había lanzado contra el coche, había agarrado al niño y había rodado por el duro asfalto milagrosamente antes de que el vehículo los hubiese aplastado a los dos a medida que perdía el control. Los que la observaron sólo pudieron apreciar el tono rojizo de su cabello ondeando, que se había soltado en mitad de todo aquel jaleo.
Los murmullos ganaban más fuerza que los llantos del niño, pero a ella poco o nada le importaban los chismorreos de la gente. Primero se aseguró de que la criatura estaba intacta, y luego se examinó a sí misma: sangraba levemente por una rodilla, en aquella en la que que el vaquero había cedido y la mostraba desnuda, y por el ligero dolor en el brazo por el que había rodado sospechaba que se había ganado unos cuantos moratones. Le preocupaba más su chaqueta, rota por el codo y rasgada por el hombro, pero no dejaba de ser un mal menor.
Salió de allí, previo a dejar al niño con su agradecido padre y al mismo tiempo que el conductor salía del vehículo, ileso y por su propio pie. Se le ocurrieron multitud de improperios que dedicarle así como acciones que sugerirle, pero se limitó a fulminarle con la mirada; y con eso bastó para dejarlo paralizado mientras ella se alejaba. No lo consideraba una víctima.
De nuevo se adentró en la acera, su mirada dejó de prestar atención a su alrededor y su apariencia volvió a ser la de una chica distraída. Su melena pelirroja se mecía por el viento, y su chaqueta estaba ahora ajada y polvorienta. No había nada extraño en su figura.
Pero a nadie se le escapó la fuerza y determinación con la que sus botas pisaban el suelo.

Falta de paciencia

Contén tu ira y tal vez salgamos de esta, aunque sin pena ni gloria. Suéltala y todos te temerán, pero acabarás perdiendo el control y posiblemente hagas algo que no te perdones jamás.

Gateando

Para caminar antes hay que aprender a gatear, y para escribir hay que primero leer y escuchar historias antes que contarlas. Volvamos a andar a gatas para recordar cómo se hacía aquello de caminar sobre dos piernas.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Piedra negra

Cualquiera con agallas escala
por la peña bien situada,
con tal de librar batallas
que se suceden por la fiebre
de la esquirla azabache.
Piedra negra

Y cuando la veta es encontrada
justo antes de ser explotada,
el grito de ¡relevo! se oye en la lejanía.
Toca ceder el esfuerzo a otros
o tomar la recompensa en compañía.
Piedra negra.

Los filones se van abriendo
a la voz de ¡fuego ardiendo!,
para recoger el wolfram.
Piedra negra.
Para las armas de la guerra.
Piedra negra.
En peleas de dos tierras
Piedra negra.
Piedra negra...

La historia de una vieja anciana relata
que en la cima se esconden tres cofres:
Uno con oro,
grato tesoro;
otro con azufre,
quien lo coge, sufre;
y el tercero está vacío,
encuéntralo y estarás perdido.
Piedra negra.

Y si en un principio cuesta un millón
al día siguiente carece de valor,
olvídalo;
tan sólo son guijarros,
vuelve con tu amor, tu vida.

Ya que muchos por su culpa fueron fusilados,
incluso brutalmente apaleados.
Piedra negra.
Tan sólo es un guijarro,
vuelve con tu amor, tu vida.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Llora

Llora como un cachorro lo que no has podido defender como un Alfa...

sábado, 13 de agosto de 2011

Los tres monos sabios

No oír, no ver, no decir
No oír el mal, no ver el mal, no decir el mal... ¿Cuál es su significado? ¿Escuchar más allá de lo que se oye, ver más allá de lo que se mira, entender más allá de lo que se dice? ¿O tal vez su mensaje es el de resignarse ante las "maldades" del mundo?

martes, 14 de junio de 2011

Dos palabras

Que nos definen, que nos hacen reconocernos al vernos reflejados en un espejo.
Dos palabras: nuestro nombre.

Piel ártica

Fuerza, calma, comodidad, decisión, serenidad, firmeza. Frialdad, arrogancia, intimidación, soledad.
Así nos sentimos al vestir esa piel, esa piel ártica que nos hace ajenos al resto del mundo, que nos da otra forma de ver las cosas. Una voluntad de hierro, una firmeza y una seguridad en nosotros mismos que nos hacen sentirnos los futuros amos y señores de las tierras que pisamos y las que abarcamos a ver con nuestra vista.
Añoramos nuestra piel de lobo, y dudamos en volver a envolvernos bajo su abrigo, ya que si lo hacemos, tal vez nunca podamos desprendernos de ella.
Con todo lo que ello conlleva.

Potencial

Todos nos dicen que somos especiales, que nuestro potencial no conoce límites y que estamos destinados a hacer grandes cosas.
¿Realmente es cierto? Lo desconocemos, pero la idea de creérnoslo y no ser correcto, nos aterra.

domingo, 20 de marzo de 2011

Hero

Levántate del suelo, sécate las lágrimas, escupe la mezcla de sangre y saliva de tu boca, quítate el polvo de la chaqueta, respira hondo. Abre los ojos, y ponte de nuevo en camino.
La vida sigue.

martes, 8 de febrero de 2011

Dependencia

Todo está a oscuras. Hace tiempo que lo único que nos alumbra es una pequeña lámpara desde una esquina de la mesa del dormitorio. Nosotros, recobrando el hábito de pasar las horas en vela, sin conciliar el sueño, no hacemos más que darle vueltas a nuestra cabeza, rescatando dilemas que ya creíamos haber resuelto, torturándonos lentamente mientras lo realizamos. Nos miramos al espejo que ocupa parte de una de las paredes y observamos nuestro rostro. Hacemos memoria y por primera vez nos fijamos en todos los cambios sufridos con respecto a la imagen que tenemos de nosotros mismos, grabada hace mucho tiempo en la retina. Nunca habíamos dependido tan poco y de tan poca gente. Y aún así, los vínculos que mantenemos son de los más fuertes que recordamos.
Muchas veces nos ocultamos tras una máscara, un rostro impasible adornado por sutiles arrugas y ojeras ligeramente marcadas que no dejan traspasar más allá del significado que se esconde bajo ellas, oculto, siendo un escudo, una defensa para sentirnos a salvo, para que nuestro espíritu desnudo no sufra. Pero últimamente no somos capaces de recurrir a ello. O tal vez no queramos, dado que con el tiempo hemos empezado a abrir nuestro corazón a los ojos de los demás.
No recordamos cuando fue la primera vez que rasgamos nuestra alma. La descuartizamos, en miles de pedazos que se extienden a cada uno de los vínculos que mantenemos. Fragmentos de nosotros mismos que tintinean a nuestro paso, que vibran al estar a escasos metros de nosotros. Pedazos de esencia que vagabundean de forma independiente, con la finalidad de mantener aspectos de nuestro ser confinados, para retomarlos, revivirlos y recordarlos en momentos que tal vez sean necesarios. Ligados a objetos, personas, palabras, ideas... No siempre tienen por qué ser sentimientos alegres o momentos felices. Pero son vínculos, vínculos que nos mantienen anclados al mundo, ya sea manteníendonos a flote, con los pies en la tierra, o haciéndonos flotar a un palmo del suelo.
¿Cuánto nos influyen nuestras personas queridas? ¿Y cuánto influimos nosotros en ellas? Muchas veces esos vínculos nos hacen sentir fuertes, rebosantes de energía. Otras veces, sin embargo, nos hacen sentir dependientes, vulnerables. Débiles.
En nuestro reflejo, tratamos de buscar respuestas a las preguntas que se arremolinan en nuestra conciencia, deseando aflorar la superficie de nuestra mente y ser pronunciadas en voz alta. Intentamos repasar todas las experiencias que hemos ido archivando como importantes a lo largo de los años, como si se tratase de un mero inventario. Y es así como citamos las cosas que en lo que llevamos de vida consideramos que es lo más importante que hemos aprendido.
Hemos aprendido que todo tiene un precio, que todas las cosas tienen un principio y un final, que nunca hay que decir nunca jamás, y que no se puede prometer que algo es para siempre. Hemos aprendido que el que calla otorga, pero que se es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. Y también hemos aprendido que tenemos el potencial suficiente como para hacer historia.
Pero a pesar de todo, seguimos dudando de ello.
Nos duele, tenemos miedo. Miedo de seguir siendo vulnerables, de seguir dependiendo de los demás, de vivir la vida de otros. Incluso de soñar los sueños de otros. Nos aterroriza el hecho de pensar que no estaremos a la altura de las espectativas, que defraudaremos a aquellos que creen en nosotros, que no podremos llegar a cumplir todo lo que nos propusimos cuando tratábamos de buscar esperanzas en un futuro mejor, cuando nos dijimos a nosotros mismos que llegaría un día en el que podríamos cambiar nuestra estrella. ¿De verdad es posible? Y aunque lo sea, ¿de verdad llegará ese día? No dudamos en que la respuesta que podemos darnos está influenciada por nuestro día a día, somos conscientes de que al tener esos vínculos, cada uno con un fragmento de nosotros y siendo nuestra droga, pensamos que tal vez ese momento no esté tan lejos como pensábamos. Pero a veces olvidamos que en el fondo no deja de ser eso, una droga: se alimenta de nosotros tanto como nosotros de ella. Y a medida que pasa el tiempo, cada dosis ha de ser mayor, ya que la necesitamos, la ansiamos. Y por su parte ella nos pide más y más. Al fin y al cabo, no en vano es nuestra droga. Ahí es, curiosamente, cuando más cuerdos nos vemos, y observamos como no todo es tan sencillo como nos lo quieren pintar. Suele ser entonces cuando deseamos recuperar lo que al parecer perdimos hace ya una temporada. Poco a poco, consumimos nuestra droga de forma cada vez más frenética, con la ridícula esperanza de calmar nuestra rabia, nuestro dolor. Pero llega un momento en que ni aún así vemos el mundo de colores. Necesitamos una droga más fuerte, para tratar de hacer realidad nuestro deseo.
Nuestro deseo. Estar en paz con nosotros mismos.
Cada vez resulta más tentador pensar que podemos lograrlo al ocultar una vez más todos nuestros sentimientos, todas nuestras inquietudes, nuestros miedos, que cada vez son mayores. En algunas ocasiones, en las que por azar volvemos a sentir el abrigo de las noches, nos vemos impulsados a recuperar esa máscara, renunciar a nosotros y quedar relegados a meras letras, pensamientos que se deslizan como ráfagas de aire. Podríamos intentarlo. Romper con todo, olvidarlo, morirnos de una vez y perdernos en la bruma de los recuerdos de la gente, deseando volver a ser una voz, un fantasma. Un loco solitario.
Y tal vez lo hagamos.

lunes, 17 de enero de 2011

Destino

A veces, los caminos de la vida que se separan hacia direcciones totalmente opuestas vuelven a unirse. En ocasiones resulta ser de forma imprevisible, de la misma forma que las aguas de un río seco vuelven a su curso original tras años recorriendo una ruta alternativa. Situaciones y hechos que pareciendo imposibles de retomar, vuelven a confluir en un solo cauce, como si estuviese fijado de antemano que ambas sendas deban permanecer unidas... como si estuviesen destinadas a permanecer juntas, pese a los innumerables contratiempos que puedan producirse durante la travesía.
Lo cual nos lleva a sacudir con la cabeza y negar dicho suceso. ¿Qué otra alternativa nos queda? Ya que... ¿acaso existe el destino? Y de ser así, ¿hasta qué punto están descritas y selladas nuestras vidas, a qué se reduce nuestra supuesta libertad?
Tal vez nada de esto importe, tal vez prefiramos pensar que se trata de algo carente de sentido alguno, que no existe el destino y que somos responsables de cada uno de los actos que llevamos a cabo durante la vida. Tal vez sea esto lo cierto, y todo lo anterior no dejen de ser fantasías forjadas por el azar y la casualidad, por el hecho de que el mundo es un pañuelo. Tal vez.
O tal vez, no sea nada más que una idea más fácil de aceptar para nosotros, algo más sencillo de asumir en lugar de lo que a veces se presenta ante nuestros atónitos ojos como una evidencia.

lunes, 3 de enero de 2011

Gracias

Hay mañanas más duras que otras. Te despiertas cansado, dolido, impotente. Hay tanto que demostrar, y es tan difícil de conseguir...
No siempre es fácil. Muchas noches acabas axfisiado, pidiendo en silencio aire nuevo, sin poder gritar porque tu respiración se ha cortado. No ruegas ayuda a nadie aunque notes que te supera, tal vez porque tu orgullo es demasiado grande, o simplemente porque crees que es algo que debes demostrarte a ti mismo y que nadie más debe entrometerse; porque es tu objetivo, tu guerra.
Sin embargo, a veces, hay algo que te demuestra que no todo está perdido, te recuerda que hay cosas por las que luchar, que hay gente que aunque niegues con la cabeza, aunque grites y te obsesiones con enfrentarte tú solo a tus fantasmas, ellos te gritan aún más y te niegan la posibilidad de sufrir solo, porque están de tu lado, ayudándote, no dejando que caigas en la desesperación. Normalmente, la primera vez llegan cuando todo parece estar perdido y resultan ser algo que no es previsible, que se escapa a tu control, algo que se produce de una manera tan inesperada que trastoca todo lo que conocías, y te obliga a replantearte una vez más todo lo que habías aprendido. En otras ocasiones, sin embargo, no son más que leves gestos, detalles casi insignificantes a los ojos de muchos, pero que a ti te recuerdan una vez más qué merece la pena y qué no. No son mayor cosa que una breve sonrisa, la cara de alguien con una nariz de payaso, unas escuetas palabras, e incluso un gesto obsceno. En este caso, no se trata tanto de qué contiene el mensaje, sino de quién lo emite. Estas últimas están a la orden del día, y tratan de recordarte las primeras. Sólo son un diminuto recordatorio de que si algo pasase, sin importar las consecuencias, no estarías solo.
No siempre se les presta atención. Llega un momento en que están ahí, forman parte de tu vida y lo consideras habitual, cotidiano. No les das importancia.
Por el contrario, otras veces, sin saber realmente por qué, te fijas con más interés. Recuerdas más de lo debido su función, enumeras todas las cosas que no habrías conseguido sin ellas, todos los baches que no hubieras sorteado de no estar ese sentimiento ahí, ese vínculo. Y es en esos momentos cuando, sin saber realmente por qué, te ves en la necesidad de dar las gracias por ello.
Y eso es lo que estoy haciendo yo ahora. No hace falta que te diga quién eres, ni tampoco terminar esto con esas palabras que te digo cada vez que tengo ocasión. Esta vez no.
Te dije una vez, y después de esa primera vez, bastantes más veces, que me daba la sensación de no saber cómo expresar mis sentimientos, que esas dos palabras que en un principio nos venían tan grandes, se habían quedado pequeñas. Y a falta de otras palabras, volvía a repetírtelas, no sin dejarme ese mal sabor de boca, con la sensación de haberme quedado corto. Lo recuerdas, ¿verdad? Pues creo haber encontrado esas otras palabras, que son lo que forman esta especie de carta. Por eso no hace falta que esta vez, te recite esas dos palabras que tanto te motivan.
Porque se nos quedan pequeñas.