jueves, 29 de enero de 2015

El soñador más bravo

Siempre quiso ir más allá de dónde le permitían las fronteras. Siempre quiso dejar atrás las cosas que conocía y ver el resto del mundo con sus propios ojos. Soñaba cada noche con lugares lejanos y recónditos, perdidos y olvidados por las gentes de la "civilización". Soñaba cada noche con escaparse mientras todos dormían, con poco más que una chaqueta ajada y una mochila a la espalda. Soñaba cada noche con vivir una aventura como las que cuentan las viejas historias, y ver con sus propios ojos los parajes que se relataban en ellas. Soñaba con caminar por estrechos senderos, atravesar tortuosos pasos de montaña, convivir con pueblos perdidos en la bruma. Soñaba con ver el mar, con contemplar el océano y surcar sus aguas. No era buen nadador, pero aquello no le importaba: se imaginaba a sí mismo navegando en la cubierta de un barco, a merced de las olas y luchando contra inmensas y desalentadoras tormentas. Cada noche, se quedaba dormido dedicando un último pensamiento al hecho de que, tarde o temprano, haría realidad todo aquello.
Pero el tiempo no muestra indiferencia ante nadie y acaba pasando factura hasta al soñador más bravo. La ilusión deriva en paciencia, y al final queda degradada a mera resignación. Las tareas y obligaciones del día a día sustituyen a las ensoñaciones, y para cuando quiso darse cuenta los años pasaban y nada daba muestras de que pudiera descubrir con sus propios ojos qué había más allá de las colinas que delimitaban el valle al que tenía que llamar de mala gana, su hogar.
Sin embargo, pese a verse anclado en aquel lugar, por las noches no dejaba de soñar. Soñaba con escalar murallas a las que no se alcanzaba a ver su fin, soñaba con torres de piedra tan altas que tapaban el sol. Soñaba con junglas sin explorar, bosques vírgenes y antiguos, llenos de secretos que aún no habían sido desvelados. Soñaba con túmulos y templos largo tiempo olvidados, con los nombres de viejos y de nuevos héroes, y con criaturas que jamás nadie había visto y vivido para contarlo.
Y como por muy desalentadoras que fueran las mañanas, no era capaz de reprimir aquellos pensamientos por las noches, no tuvo más remedio que seguir leyendo libros que relataban mil y una historias, puesto que era lo más cerca que estaría de poder vivirlas.
El tiempo y el destino son crueles, pero tal vez algún día pudiese dejar de lado los libros para poder experimentar en su propia piel aquellos sueños, para que de esa forma pudieran convertirse en nuevas historias.