martes, 19 de octubre de 2010

Trono de Hielo

Las luces del alba ya se habían apoderado de los edificios y las calles de la ciudad, iluminando los lugares que como indicio de la fría noche estaban tapizados por una fina manta de escarcha, otorgándoles un brillo inusual. Dichas vistas podían observarse desde aquella terraza, situada en la cima de uno de los edificios más viejos y con mayor altura de la zona.
El gélido aire ascendía por sus fosas nasales, siendo tan frío que llegaba a quemarle los pulmones por dentro en cuanto rozaba su superficie. Desde allí podía contemplar cómo la gente de a pie transitaba por avenidas y bocacalles, absorta en sus pensamientos y totalmente ajena a que en las alturas alguien se dedicaba a echar un ojo a sus pasos por mero entretenimiento. Daba la impresión de que si se lo propusiera, le resultaría sencillo sostener a alguno de los transeuntes en la palma de la mano, como si no se tratasen más que de pequeñas figuritas expuestas en una maqueta bien confeccionada.
Podía notar el frío en su piel, acariciándola como si se tratase de la pluma de un ave que se deslizaba sobre su tez en mitad de su precipitado viaje hasta el suelo. Era una sensación que desde hacía tiempo consideraba muy agradable, sentir el frío adentrándose en su cuerpo. Hace años jamás hubiese imaginado que llegaría algún día en el que pudiese pensar semejante idea; habían pasado demasiadas cosas a lo largo de ese tiempo y su vida había dado un vuelco que jamás habría supuesto. Observó, con expresión de descuido, como un pájaro sobrevolaba a ras de suelo la acera en busca de algo que le fuese útil para llevarse al pico.
Demasiadas cosas.
El joven se retiró un mechón de su enmarañada melena de los ojos, mientras los recuerdos de hace unos años afloraban en su memoria a la par que su vista se distorsionaba, siendo imposible reconocer nada de lo que pudiera ver ante sí aunque estuviese a un palmo de su cara.
Recordó, tiempo atrás, aquella persona por la que lo hubiese dado todo; las promesas que hizo y las promesas que le hicieron. Recordó los buenos momentos que compartieron juntos... y fue sólo cuestión de tiempo recordar los malos.
Cerró los ojos con fuerza y apartó bruscamente la vista del punto en el que se había quedado fija. Las cosas eran ahora muy distintas; su corazón, antaño una llama que ardía con inmensa fuerza, cargada de emoción y sentimiento, ahora se había convertido en un cristal de puro hielo, rodeado de un halo gélido de tranquilidad y determinación. No sabía cómo había llegado hasta tal punto, pero en realidad no le importaba: el hielo de su interior era tan frío, que podía llegar a quemar con más fuerza y emoción de lo que la llama pudo hacerlo nunca. Lo notaba de una forma tan clara que hasta le resultaba obvia, sentía cómo su forma de pensar y de actuar había cambiado al cabo del tiempo; podía notar cómo todo le resultaba diferente si se comparaba consigo mismo hacía tan sólo unos años. Y se sentía a gusto con el cambio.
Sin embargo, a veces tenía momentos como ese, momentos en los que su memoria le hacía pasar un mal trago, momentos en los que se preguntaba si todo aquello pudo haberse evitado; si podría haber tenido otro final.
Otro final, quizá más feliz.
Negó ligeramente con la cabeza, y respiró de nuevo ese gélido aire mientras observaba el horizonte. La vida está sujeta a cambios, no hay nada que se mantenga estable para siempre, absolutamente nada. Y su vida no era ninguna excepción. Se recostó aún más sobre la barandilla de su terraza, y se dejó llevar por aquellas vistas tan magníficas que lo conmovían.
Tal vez un día fue aquella persona con una llama imposible de extinguir en su interior, pero ahora apenas había rastro de él, no más que en sus recuerdos. ¿Se había convertido entonces en una sombra de lo que fue? En realidad, no eran ideas tan diferentes. Opuestas, pero aún así ligeramente ligadas. ¿Qué provocó el cambio? Tal vez sólo era cuestión de tiempo que sucediese, tal vez estaba escrito desde el principio...
Su imagen volvió a sus ojos. Era como tenerla delante, dando la impresión de que si estiraba su mano, podría llegar a tocarla. No había, sin embargo, ninguna intención de hacerlo. No había ninguna intención de volver a buscarla, de tratar de solucionar todo lo sucedido hacía tiempo, de tratar de cambiar el final. No la había. Y eso podía leerse de forma sincera en su rostro, cada vez que la recordaba. Ya trató, en su día, de arreglarlo, negándose a ver lo que había delante. Y fracasó. El tiempo se aseguró de que lo viese con sus propios ojos. Y él, mostrando por primera vez el hielo de su interior, marcó un final para ambos.
No había vuelta atrás. Aunque en realidad, no es que no la hubiese; es que no la deseaba.
Sus labios se tornaron en una media sonrisa, mientras sus ojos, azules como el mismo océano, oteaban el horizonte. Las palabras que una vez ella le dedicó volvieron a mostrarse, aquellas palabras que ambos habían tomado como ciertas y que según ellas, el profundo vínculo entre ambos no se rompería jamás. Ahora, el vínculo se había roto y las palabras no eran más que una frase carente de sentido, que le recordaba que nadie puede dar por ciertas los sucesos del futuro, puesto que es la apuesta más arriesgada de todas.
Cerró levemente sus ojos, dio la espalda a las vistas y con paso decidido volvió a entrar dentro de la estancia, no sin antes volver a respirar una bocanada de aire helado, mientras se despedía del recuerdo de su vieja amiga hasta la próxima vez que volviese a fluir entre sus pensamientos.
Tal vez un día fue aquella persona con una llama imposible de extinguir en su interior, pero ahora apenas había rastro de él, no más que en sus recuerdos. Ahora, subido a aquel edificio, contemplando todo lo que alcanzaba su vista desde aquella terraza en las alturas y respirando ese aire tan frío como su propio interior, se sentía lleno de fuerzas, aunque en ocasiones siguiese sorprendiéndose ante su nueva forma de ser, distinta a su antiguo yo.
...Ahora, subido a aquel edificio, contemplando todo lo que alcanzaba su vista desde aquella terraza en las alturas y respirando ese aire tan frío como su propio interior, se sentía lleno de fuerzas; como un rey sin alma, contemplando la tierra desde su trono de hielo.