miércoles, 24 de octubre de 2012

Sobre los aullidos en las noches de luna llena

Hace mucho tiempo, cuando el mundo todavía era desconocido y salvaje para las criaturas que lo habitaban, hubo dos pueblos que compartieron las tierras al pie de estas montañas. Aunque distintos, durante generaciones coexistieron pacíficamente.
Llegó un día en el que un joven de una de las aldeas se topó, a la orilla del río que nacía de aquellos picos cercanos, con una chiquilla del poblado vecino. Quién sabe si fue en ese primer encuentro cuando las vidas de ambos quedaron unidas. Apenas importa. Lo único que cuenta es que el destino de ambos quedó sellado.
Con el tiempo, los encuentros entre aquellos jóvenes fueron cada vez más frecuentes, más duraderos…  Al poco ambos quedaron prendados el uno del otro y se volvieron inseparables. Fue una época feliz para todos, también para las gentes de ambas villas, pero sobre todo para los dos jóvenes enamorados.
Sin embargo, llegó un día en el que los recursos de esas tierras comenzaban a escasear. Los inviernos eran cada vez más crudos, la caza escaseaba y las malas cosechas se encadenaban una tras otra. Las dos aldeas comprendieron que para poder sobrevivir debían abandonar aquel lugar. Pero a pesar de compartir el problema, ambos pueblos tomaron diferentes medidas para abordarlo: el de la joven optó por viajar al noreste, con la esperanza de encontrar un nuevo hogar al otro lado de las cumbres nevadas, mientras que el del muchacho decidió avanzar hacia el sur, seguro de que podría asentarse en el verde valle que allí reposaba. Los habitantes de ambos se desearon lo mejor unos a otros, y tras la despedida, partieron, cada uno en una dirección distinta.
No todos aceptaron de buena gana el tener que abandonar aquellas tierras. Los dos jóvenes tuvieron que ser arrastrados por sus respectivas familias en el momento de la partida, ya que ambos se resistían a irse y aunque a todos les entristecía, ¿qué otra cosa podían hacer?
El muchacho fue más tenaz que la chica, y a los tres días de viaje hacia el sur, logró separarse del resto de su pueblo, en una noche en la que el cielo estaba sembrado de estrellas, la luna llena brillaba con fuerza y todos los demás dormían. Desfallecido, se detuvo a recuperar el aliento en el lugar en el que poco tiempo atrás, había sido su hogar. Y alzando la vista, observó a la luna en todo su esplendor, y se atrevió a hacer algo que muchos de los ancianos de su aldea jamás se atreverían siquiera a soñar. Sacando fuerzas de donde no las había, se arrodilló y sin dejar de apartar la mirada del cielo, le suplicó a la luna que le ayudase.
Y contra todo pronóstico, la luna lo escuchó, y le dio una respuesta: “¿Tanto amas a esa persona? ¿Renunciarías a tu libertad por ella? Sé mi siervo, ahora y por siempre y te ayudaré. Te daré la fuerza y el poder para encontrarla”.
El joven accedió al instante, jurándole servidumbre a la luna, y ésta, con su pálida luz, lo bañó en ella y le otorgó su don. El muchacho había caído de rodillas, y fue la bestia quien se levantó en su lugar, ya que el hombre dio paso a un lobo enorme y descomunal… pues ese fue el don que la luna le entregó. Convertido en aquella criatura, mitad terrenal y mitad divina, emprendió su frenética carrera en busca de su amada.
Rastreó su olor, una pista que ahora se mostraba clara y evidente, atravesando las faldas de las montañas, corriendo sin descanso, hasta que al final dio con ella.
Pero lo que le aguardaba era algo para lo que el joven lobo no estaba preparado.
Al verlo, la joven enmudeció de puro terror, ya que jamás podría, ni pudo, reconocer los ojos de su amado en aquel rostro. Él trató de hablar, de explicarle quién era, pero de sus fauces sólo se escapó un ronco sonido que lejos estaba de ser palabras entendibles. No tardaron el resto de las gentes en acudir armados con antorchas y estacas, por lo que el muchacho, ahora lobo, no tuvo más remedio que batirse en retirada hasta resguardarse en las montañas, tras emitir otro gruñido de lástima. Y cuando tendido sobre un claro su alma yacía rota en pedazos, volvió a escuchar la voz de la luna, que decía: “Yo he cumplido mi parte del pacto, y ahora te corresponde a ti cumplir con la tuya. Sé mi emisario y mi voz en estas tierras y tómalas bajo tu dominio en mi nombre para toda la eternidad”. 
El gran lobo, que ya nunca más hombre, se vio atado a su juramento y lo cumplió, conquistando esas tierras y siendo su soberano y guardián hasta el fin de los tiempos. Hace mucho que las gentes de su propia aldea olvidaron su nombre, y ahora se le conoce por el antiguo nombre con el que los dioses llamaban a sus elegidos. Él mismo olvidó su vida pasada, pero nunca pudo olvidar el amor que lo hizo encadenarse a aquel servicio eterno. Y dicen, que todavía hoy, en las noches de luna llena, en esas montañas del norte se escuchan los terribles aullidos del lobo, rogándole a la luna una segunda oportunidad para abandonar esas montañas y poder recuperar a su amada.

9 comentarios:

  1. ya sabes no¿? genial como todas las veces!!!

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  2. Sin duda de lo mejor que has escrito! por favor, nunca dejes de escribir...

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  3. Bueno, hace bastante que leí esta entrada, pero no he podido comentarla hasta ahora.

    Decirte que me encanta, como prácticamente todo lo que escribes y que no pares nunca de escribir; para mí, eres todo un modelo a seguir.

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  4. ¡Genial! Ni una pega, ¡sigue así!

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  5. tengo ganas de volver a leer/escuchar tus historias...^^
    después de 3 años sigo soñando con ellas :)

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  6. Impresionante. Preciosa historia y muy bien plasmada. Creo que me quedaré por este blog :)

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  7. Cada vez que releo esta historia recuerdo.
    recuerdo unos ojos azules brillantes, intrigados y asustados...
    vergonzosos y atrevidos,
    Felices.
    recuerdo una habitacion amarilla y una voz... una voz que junto con sus manos hacia que cada palabra que contara volara por las sendas de los bosques, por las noches de luna llena y escuchara el sonido de ese lobo.... ese lobo que llevas dentro.
    te quiero

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