domingo, 20 de noviembre de 2011

Pasos firmes

He aquí la historia de una mañana lluviosa y nublada, de un deportivo que patinaba sobre el asfalto empapado, y de dos insensatos: uno al volante, y otro a pie de calle.
Ella iba caminando distraída, sin prestar mucha atención a su alrededor, inspirando el frío matutino y notando la humedad del aire en sus pulmones. No había nada de extraño en su figura, salvo tal vez la fuerza y determinación con la que sus botas pisaban el suelo. Aunque eso era algo que prácticamente nadie había percibido. Porque había más gente transitando aquella calle, por supuesto. Padres que llevaban a sus hijos al colegio, repartidores que transportaban su cargamento a las tiendas de alimentación de la zona, personas mayores que emprendían su rutinal paseo por las aceras del barrio, y un largo etcétera que representa el día cotidiano de la gente que se movía por aquella zona.
Sucedió entonces: un deportivo blanco tomó la calle a toda velocidad, generando un atroz sonido que irritaba a la mayoría de los transeuntes y vecinos del lugar. Muchos escucharon entonces cómo el vehículo derrapaba y patinaba sobre la calzada, producto de la casi inexistente fricción entre los neumáticos y el encharcado suelo. Nuestra joven se giró sobre sí misma para observar la escena, y deseando, no sin cierta malicia, que el incidente provocase alguna avería al estruendoso coche.
Cuál fue su sorpresa al contemplar con horror que un niño de no más de tres o cuatro años se encontraba en mitad de la carretera, mirando fijamente al deportivo y comprendiendo, en esos escasos segundos, que esa tonelada y media de aluminio se le venía encima. ¿Qué hacía allí ese chiquillo? Es algo con lo que a día de hoy la gente del lugar todavía no se pone de acuerdo. Hay quien dice que cruzaba para ver un escaparate, otros que para ver a su padre... aunque a fin de cuentas es algo irrelevante. Estaba allí, en ese instante. Muerto de miedo.
Lo siguiente que se recuerda es un frenazo seguido de un volantazo, una fugaz mancha roja, el llanto de un niño y el brutal choque del coche contra una boca de incendios.
Ni siquiera ella lo tenía del todo claro, pero el caso es que se había lanzado contra el coche, había agarrado al niño y había rodado por el duro asfalto milagrosamente antes de que el vehículo los hubiese aplastado a los dos a medida que perdía el control. Los que la observaron sólo pudieron apreciar el tono rojizo de su cabello ondeando, que se había soltado en mitad de todo aquel jaleo.
Los murmullos ganaban más fuerza que los llantos del niño, pero a ella poco o nada le importaban los chismorreos de la gente. Primero se aseguró de que la criatura estaba intacta, y luego se examinó a sí misma: sangraba levemente por una rodilla, en aquella en la que que el vaquero había cedido y la mostraba desnuda, y por el ligero dolor en el brazo por el que había rodado sospechaba que se había ganado unos cuantos moratones. Le preocupaba más su chaqueta, rota por el codo y rasgada por el hombro, pero no dejaba de ser un mal menor.
Salió de allí, previo a dejar al niño con su agradecido padre y al mismo tiempo que el conductor salía del vehículo, ileso y por su propio pie. Se le ocurrieron multitud de improperios que dedicarle así como acciones que sugerirle, pero se limitó a fulminarle con la mirada; y con eso bastó para dejarlo paralizado mientras ella se alejaba. No lo consideraba una víctima.
De nuevo se adentró en la acera, su mirada dejó de prestar atención a su alrededor y su apariencia volvió a ser la de una chica distraída. Su melena pelirroja se mecía por el viento, y su chaqueta estaba ahora ajada y polvorienta. No había nada extraño en su figura.
Pero a nadie se le escapó la fuerza y determinación con la que sus botas pisaban el suelo.

2 comentarios:

  1. pasando desapercibida....
    me gusta mucho esta historia die! a seguir explotando esta cabecita loca :D

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  2. Pero a nadie se le escapó la fuerza y determinación con la que sus botas pisaban el suelo". Genial. Te hace pensar en lo peor pero consigues que el lector termine con una sonrisa. Quiero pensar que tengo un poco de 'ella' en mí.

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