domingo, 1 de febrero de 2009

La que sonríe

-“Hace mucho, mucho tiempo, en un lugar muy lejano, más allá del horizonte y de las tierras del otro lado del océano, a tanta distancia de aquí como la que hay entre el cielo y la tierra, existía un extenso lugar en el que los seres humanos, como tú y como yo, sólo habían descubierto una pequeña pizca de todo cuanto les rodeaba.”
La voz de la anciana que narraba la historia, que tendría alrededor de setenta años, susurraba cada palabra con delicadeza. Su nieto, absorto en la historia, la escuchaba atentamente y sin pronunciar palabra, para no perder el más mínimo detalle.
-“Las primeras personas que habitaron esas tierras vivían en unas islas inmensas, junto con todo tipo de criaturas sorprendentes.”

-¿Cómo cuales? –Inquirió el chiquillo, al no ser capaz de vencer su curiosidad.
-Todas las que te puedas imaginar.
-¿Había elefantes?
-Sí.
-¿Y monos?
-También.
-¿Todas las criaturas?
-Todas las criaturas.
-¿Hasta dragones?
La sonrisa dibujada en el rostro de su abuela, que había ido aumentando poco a poco a causa de las preguntas de su nieto, desapareció por completo al estallar en una alegre carcajada.
-Lo que más había en esas islas eran dragones.
El niño dejó escapar una ráfaga de aire lenta y profunda, asombrado al imaginarse un lugar así. Se mantuvo en silencio, situación que su abuela interpretó como que debía continuar su relato:
-“Llegó un día en el que alguna de las personas que vivían en aquellas islas, junto con criaturas sorprendentes como elefantes, monos, y dragones, decidieron marcharse para explorar. Montaron muchos barcos y partieron hacia el oeste, en busca de aventura. Y pasó el tiempo… y encontraron una nueva isla. Y después otra, y otra… Cada vez que encontraban una isla, hacían una marca en el mapa que llevaban y uno de los barcos se quedaba en ella.”
-¿Y qué pasó luego?
-“Luego… en una de las islas, donde habían hecho una marca en el mapa y donde se había quedado uno de los barcos, la gente que iba a bordo se encontró con una niña. Y esa niña tenía algo especial.” ¿Sabes qué tenía de especial?
-No, ¿qué tenía de especial?
-Lo que tenía de especial era que siempre estaba alegre y feliz, y siempre se reía y sonreía.
-Cómo te ríes y sonríes tú?

La anciana volvió a reírse de nuevo.
-Más aún.
-“Y la niña que siempre se reía llevó a las personas que habían viajado en el barco hasta su pueblo, donde vivía mucha gente alegre y feliz; pero ninguno sonreía tanto como la niña.”
-¿Y qué pasó después? –Preguntó, sobresaltado por un pequeño arrebato de euforia.
-Después... ya no sé qué más pasó. Pero sí sé que vivieron felices durante mucho tiempo, y que la niña que siempre sonreía era la más feliz de todos.
Una tercera persona cruzó la puerta de la habitación en la que se encontraban el niño y la anciana. Era una muchacha, la cual miró a los ojos del niño y le preguntó:
-¿Qué hacéis, hermanito?
-La abuela me estaba contando el cuento de las personas que vivían en una isla y la niña que siempre se reía.
La muchacha, de unos trece años de edad, recordó al instante esa historia, que también su abuela le había contado en muchas ocasiones.
-Abuela, ¿y la niña que siempre se reía tenía nombre?
-Claro, todo el mundo tiene nombre. –respondió calmadamente –y como ella siempre estaba alegre y feliz, el nombre que le pusieron significaba “La que sonríe”.
-¿Y cómo se llamaba?
La sonrisa de la anciana se volvió mucho más amplia de lo que había sido antes.
-Se llamaba igual que tu hermana mayor. –Explicó, mirando el rostro de la muchacha. Ella abrió los ojos como platos; no conocía esa parte de la historia.
-Mi hermana tiene un nombre muy raro. –Masculló él. Su abuela volvió a reírse.
-Anda, vete a jugar un poco, que tengo que limpiar la cocina para que tu madre pueda hacer la cena cuando vuelva. –El muchacho obedeció a toda prisa sin prestar atención a nada más.
-Yo voy a dar una vuelta, abuela. –Dijo la hermana del niño.
-Está bien. Diviértete con tus amigos.
La chiquilla sonrió, haciendo honor a su nombre. Se dio la vuelta y salió por la puerta de su casa, bajando alegremente las escaleras. Justo antes de cruzar el portal y encaminarse al encuentro de sus compañeros, escuchó por última vez la voz de su abuela:
-Pero no vuelvas muy tarde, Xiantra.

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